miércoles, 11 de agosto de 2010

14 DE AGOSTO - HOMENAJE A RICARDO DOLORIER - PLAN LECTOR: FLOR DE RETAMA - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

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CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA


Construcción y forja de la utopía andina


INVITACIÓN DE HONOR



AL HOMENAJE
Y DISTINCIÓN

AMAUTA DEL PERÚ ETERNO

A RICARDO DOLORIER


ACTO SOLEMNE:

Sábado 14 de agosto, 2010, 7 PM.

Aula Capulí, Tacna 118. Miraflores
Cuadra 3 de la Av. Angamos Este
Cerca del Policlínico Angamos
Entre la Av. Arequipa
y Paseo de la República.


PROGRAMA:

Bienvenida y presentación:

Danilo Sánchez Lihón

Presidente de Capulí Vallejo y su Tierra


Semblanza de don Ricardo Dolorier - Vida y obra:

Guillermo Serpa Granados

Conferencia Magistral de don Ricardo Dolorier:

“Testimonio de vida”

Actuación artística:

Julio Humala

Entrega de distinción a cargo de:

don César Vallejo Infantes

Vino de honor

Ingreso libre

Se agradece su gentil asistencia
Teléfonos Capulí: 420-3343 y 420-3860
capulivallejoysutierra@hotmail.com
planlector@hotmail.com


PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA


FLOR DE RETAMA

Por Danilo Sánchez Lihón


Uno

– ¡Abajo la dictadura!
– ¡Abajo!
– ¡Viva la educación como conquista del pueblo!
– ¡Viva!
– ¡Viva la gratuidad de la enseñanza!
– ¡Viva!
– ¡Abajo el Decreto 06 del Gobierno Militar!
– ¡Abajo!

Diez mil manifestantes, en su mayoría estudiantes y campesinos, ingresan por diferentes bocacalles a la plaza de Huanta. Y es que a todos los estudiantes de la Sección Vespertina del Colegio Gonzáles Vigil les han cerrado las puertas. Y los han regresado a sus casas si es que no pagan antes 100 soles mensuales, como dictamina el Decreto 06 del gobierno. Y ellos quieren estudiar. Son los pobres del Perú.

Las comunidades campesinas se han plegado a la protesta, porque quienes estudian por la noche son agricultores y obreros. Son sus hijos. Además, desde el día de ayer están en pie de lucha y se concentran en Huanta, bajando de las alturas pues las autoridades han tomado preso a Mario Cavalcanti, su asesor jurídico. Las manifestaciones son en todo el departamento convocadas por el Frente de Estudiantes y Campesinos de Ayacucho.


Dos

En el otro extremo de la plaza, el cuerpo de elite de la policía antimotines, los sinchis, llegados desde Huamanga en seis camiones porta tropas, constituidos por 300 policías, han tomado posiciones cubiertos hasta los ojos por sus uniformes oscuros y pasamontañas. Y ahora avanzan fuertemente armados.

Se les ha dado la orden, trasmitida desde Lima, que: “Si tienen que hacer uso de sus armas de fuego, ¡las hagan sin contemplaciones!”

El día anterior han reprimido a sangre y fuego una manifestación en la ciudad de Huamanga, con el resultado de varios muertos en las calles.

La represión es a fondo. “El gobierno no consentirá desmanes en las calles, ni que los sindicatos y agrupaciones políticas opositoras cobren vigencia en el país. Y mucho menos va a permitir la expresión de movimientos de insurgencia popular”.

Los sinchis en fila de a diez ingresan por Cinco Esquinas y doña Florentina Lozano, ya viejita, envalentonada, se les enfrenta, viendo su talante agresivo:

– ¡Fuera! ¡Qué hacen aquí demonios! ¡Fuera, mala hierba!

Y blande en la mano una rueca.


Tres

Es a la primera a quien disparan. Y cae. Aún alcanza a decir:

“La vida es una sola
y la muerte también.
Con gusto la doy, malignos,
por mi pueblo y su gente”

Y allí mismo la rematan, terminando de acribillarla con una ráfaga de metralleta.

La sangre del pueblo
tiene rico perfume

La multitud sigue avanzando enardecida con sus banderas, estandartes, pancartas y vocerío:

– ¡Viva el Frente de Estudiantes y Campesinos!
– ¡Viva!
– ¡Viva el Perú...

No alcanza a terminar la frase cuando una ráfaga ciega la vida de Eutorio Zapata, que va adelante alentando con lemas y consignas.

Dos estudiantes, que van a su lado, ruedan ensangrentados. Son Irene Saavedra y Adriano Ruiz del Colegio Gonzáles Vigil.


Cuatro

Se escuchan petardos. Se levantan humaredas de incendios por una y otra parte del pueblo.

Ahora ya los disparos se escuchan a diestra y siniestra, en ráfagas tupidas.

– ¡Viva el Perú! –Se escucha entre jirones.

Como siempre los campesinos combaten con palos, piedras, picos y lampas. Los otros con fusiles, bombas, granadas y metralletas.

La multitud se aglomera y dispersa como un oleaje. Nuevos disparos, estos sí indetenibles, arrasan y desaparecen los últimos grupos por sobre los muros. Y las puertas que se cierran. Quedan más de cuarenta cuerpos tendidos en el empedrado. Unos muertos y otros heridos. Son:

huantinos de corazón,
amarillito, amarilleando
flor de retama.

Las últimas banderas, las últimas protestas y los últimos gritos desaparecen quedando las calles trémulas y vacías. Salvo grupos de personas apuradas y encogidas que arrastran los cuerpos de los caídos, algunos que se quejan y otros completamente yertos, que son introducidos por algunas cercas o ventanas.


Cinco

Los sinchis, con uniformes negros y movimientos sincopados, como sombras fantasmales, pueblan y marcan la plaza, mientras los cuerpos dejados allí sangran lentamente sobre las piedras.

Pronto, con voz impersonal, a través de los micrófonos de la municipalidad, anuncian el toque de queda. Nadie puede asomarse ni siquiera a la puerta de sus casas, menos transitar por calles ni veredas, ni cruzar de una puerta a otra así sea de su casa, ni pasear por los balcones.

Mientras tanto, un camión del ejército pasa recogiendo los cadáveres que quedaron fuera, unos ya fríos y otros aún tibios.

La única luz, en las sombras y en el pesado silencio, es la flor de retama de la cual están cubiertos los jardines de la plaza, como si la vida aún iluminara titubeante e indecisa:

Vengan todos a ver
hay vamos a ver,
en la plazuela de Huanta,
amarillito flor de retama
amarillito amarillando
flor de retama.


Seis

Todo esto ha ocurrido el 22 de junio de 1969, a las diez y cuarenta y cinco minutos de la mañana.

Ricardo Dolorier escucha absorto el relato que le hacen sus colegas del Colegio Nacional Gonzáles Vigil, desde donde partieron y se gestaron estos hechos.

Su padre es huancavelicano y su madre huantina. Él llegó a vivir aquí a la edad de 12 años, estudió el último año de la educación primaria en Huanta y cuatro años de secundaria en el Colegio Gonzáles Vigil.

Ya en Lima se graduó de profesor de lengua y literatura el año 1958, en la Universidad Nacional de Educación La Cantuta. Al egresar pidió ser nombrado en su Alma Mater. Y regresó a trabajar aquí durante sus cinco primeros años de ejercicio profesional.

Fundó la Sección Vespertina del Colegio Gonzáles Vigil, para después, en el año 1964, pasar a formar parte de la plana docente de la Universidad Nacional de Educación La Cantuta, con sede en Chosica.


Siete

Ahora, Ricardo Dolorier visita Huanta y le cuentan de los sucesos del 22 de junio, ocurridos hace dos meses:

– Fue la Sección Vespertina, que tú fundaste y en la cual se aplicó de manera despiadada el Decreto Ley de pago de 100 soles mensuales.

Esto motivó las protestas y la posterior masacre.

– Y los caídos en las calles son los estudiantes que tú formaste.

– ¿Ricardo, te acuerdas de Mario Muñoz Siccha, el corneta mayor? ¿Quién recitaba tan bien los poemas de César Vallejo? También murió.

– ¿Y te acuerdas de Macedonio Zambrano que jugaba de defensa en la selección del colegio?

– ¿También?

– También él murió.

– En realidad murieron muchos. El gobierno solo contó los cadáveres que quedaron inertes en la plaza, que fueron más de veinte. Pero murieron muchos más que fueron recogidos por nosotros mismos, sus familiares.


Ocho

Y muchos otros campesinos que fueron llevados a enterrar en las alturas.

– Ricardo, oye hermano, pero no llores.

– Ricardo, hermano, ¡carajo!, tenemos que ser fuertes.

– ¡Muchachos nobles! Gente pura. ¿Cómo es posible?

– ¡Esa niña, Irene! ¡Qué desolación en el alma para sus padres!

– ¡No podemos seguir permitiendo estos abusos!

– ¿Qué hacer? ¡Ese es el reto! ¡Ese es el desafío! ¿Qué hacer?

– Yo ya he escrito una crónica.

– Yo un largo poema.

– ¿Y creen que eso va a arreglar todo esto?

– Sí, también se lucha escribiendo, Ricardo. Con la cultura del canto y la resistencia. Es lo que hace que nuestro pueblo aún sobreviva.

– ¡No sé! ¡Maldición!

– ¡Lo que hay que agregar a eso es organización popular!

– ¡Matar estudiantes! ¡No sé! ¡No sé!


Nueve

Ricardo Dolorier pasó muchos meses acongojado, ensombrecido, triste, mascullando frases por las calles. Esas frases poco a poco fueron adquiriendo melodía, ritmo, música.

Lo volvía a componer, una y otra vez, porque se olvidaba. ¡Cómo no tener una grabadora! Y es que nunca antes había compuesto una canción. Ahora la tarareaba a solas por donde fuera.

Poco a poco en noches de tristeza la encontraba más nítida. Y la fue imprimiendo en su memoria. Aprendió a no perderla. La recordaba ahora casi completa.

Habían pasado meses. Solo faltaba la última tonada. Eso es. Ahora, sí. Ahí está. ¿Ahora sí, a quién confiarla? Son las cuatro de la mañana. Caminaré una hora y llego a Chosica. Y de allí a La Cantuta. Y la canto a Oswaldo Reynoso. Él me va a entender.

– Ojalá me alcance para el camino esta botella de pisco, –dijo y la levantó hacia su boca. ¿Cómo era la última estrofa? ¡Ah, sí!

Los ojos del pueblo tienen
hermosos sueños
sueña el trigo en la eras
el viento en las praderas
y en cada niño una estrella.

“Hermosos sueños”, allí cabría levantar el tono. En “trigo en las eras”, ponerle otro compás. En “estrella” un ligero ritmo de zapateo.


Diez

Pum, pum, pum.

– ¿Quién es?

– Oswaldo, soy yo, Ricardo.

– ¿Quién yo? ¡Quién Ricardo! ¿Quién toca a estas horas?

– Soy yo, Ricardo Dolorier, tu hermano.

– ¡Ricardo! ¿Qué ocurre? ¡Espera!

Y abre la puerta.

– ¿Tú Ricardo, a estas horas? Y ¿bebiendo?

– Oswaldo, quiero hacerte oír una canción. La he venido tarareando meses. La he aprendido solo para ti. Porque me olvidaba. Y otra vez tenía que recuperarla entre las aguas, u olas, u océanos. O bien naufragios del destino.

– Ricardo, ¿estás bien, hermano? ¿Qué te ocurre? ¿Has aprendido una canción? ¿De quién?


Once

– Mía. Es mía, por su puesto. ¿Cómo te iba a despertar por una canción ajena? Sería un abusivo, ¿no?

– Tú, ¿has compuesto una canción? Ricardo, tiéndete aquí en el sillón y duerme. Y me dejas dormir un rato más. Te traigo unas frazadas.

– Dice así

Vengan todos a ver
hay vamos a ver,
en la plazuela de Huanta,
amarillito flor de retama
amarillito amarillando
flor de retama.
Donde la sangre del pueblo
hay se derrama.
Allí mismito florece
amarillito flor de retama
amarillito amarillando
flor de retama.


Doce

Y prosigue:

Por cinco esquinas
están, los sinchis
entrando están.
van a matar estudiantes,
huantinos de corazón
amarillito, amarillando
flor de retama,
van a matar campesinos,
huantinos de corazón
amarillito amarillando
flor de retama.
La sangre del pueblo
tiene rico perfume,
huele a jazmines violetas
geranios y margaritas
a pólvora y dinamita,
¡carajo!
a pólvora y dinamita!
¡carajo

– Oye, Ricardo, ¡qué hermosa canción! Ahora sí, te acepto un trago ¡y con gusto! ¡No un trago, mil tragos, hermano! ¡Voy a sacar un pisco de los buenos que tengo por ahí!

– Es que a mí me duele el sufrimiento de siglos de nuestro pueblo. ¡Y cómo se lo sigue castigando! Y me jode, Oswaldo, toda tiranía. Si no la hacía te juro que me hubiera matado.


Trece

– Tu canción, Ricardo, ¡es del carajo! Y esta noche la cantas para todos los cantuteños. Vamos a citarlos aquí en esta casa. Porque te digo nuevamente que nada, ni las novelas que aquí se han escrito, ni los poemas que aquí se han plasmado, ¡que son muy buenos, ah!, ni la vida tan hermosa que aquí se ha tejido, ¡que es mucha y valiosa!, vale tanto, ni es tan hermosa, como tu canción, hermano.

– Oswaldo, tampoco exageres. No es para tanto. Lo que pasa es que eres generoso. Y mi hermano. ¡Salud!

– No, no, no. Y verás lo que haré esta noche. Para que te quede grabado que sé ver al final de los tiempos. Y para que quede en la memoria. Espérame, voy a encargar a una persona que cite a todos los amigos para esta noche a las siete, ¿está bien? Aquí en mi casa.

Esa noche, Oswaldo Reinoso, que no había parado de beber, después de volver a escuchar la canción, empezó diciendo:

– Hoy día nace un himno del Perú de todos los tiempos. Y en honor a eso, yo me arrodillo.


Catorce

Y se arrodilló.

Y continúo diciendo:

– Algún día se sabrá por qué hago este gesto. Y se lo voy a decir a ustedes: Con esta canción el Perú ha de soñar siempre en sublevarse. Y de ahí a que lo hagamos estaremos a un paso. Y podremos realizar así lo que tanto anhelamos, el cambio definitivo. Y con este gesto que hago se registrará que fui justo, verdadero y cierto. ¡Viva el Perú, carajo!

– ¡Viva! –contestaron disparejos unos y otros.

Allí habló Villavicencio:

– Sinceramente estoy conmovido.

– Pero, explícanos, dinos, ¿por qué?

– Porque digo que si el novelista vivo más grande del Perú, que es Oswaldo Reynoso, les guste o no esto que digo a la oligarquía, hace esto, por algo ha de ser, digo yo que sinceramente no entiendo ni alcanzo a ver lo que ve Oswaldo. Por algo –me digo–, será. Y eso a mí me llena de emoción y coraje. Él está arriesgando toda su celebridad con lo que ha hecho. Pero, a la vez, me siento henchido de lo que aquí he presenciado, se augura y se anuncia como un hecho afortunado para nuestro pueblo, el nacimiento de una canción. ¡Salud!


Quince

Ricardo Dolorier un mes después viajó a Huanta y enseñó a cantar la canción en el bar “Donde mueren los valientes”, atendido por un hombre que no podía levantarse de la cama, debajo de la cual se enfilaban las botellas de cerveza, a pedir las cuales cada uno había de levantarse, pagar y traerlas a las mesas.

Cantarla en Huanta era un acto subversivo, peligroso, por el cual se arriesgaba la vida. Y muchos, porque simplemente la cantaron, o porque estuvieron allí para escucharla, han muerto.

Por eso, para entonarla, en cualquier reunión incluso muy confidente se apagaban las luces, para que no se viera quién la cantaba. O quién ya la sabía. O quién la estaba aprendiendo.

Y en todo sitio se adoptó esa costumbre. Que para cantar Flor de retama habían de apagarse las luces, quizá también porque era suficiente con la luz que de ella emana, que irradia la flor de retama que en la canción se evoca, esa joya de frase y asociación de palabras que dice:

amarillito, amarilleando
flor de retama

¿Qué más luz se necesita? ¡Qué conjunción y capullo de luz más arduo!, que hacen estas cinco palabras reunidas.

Basta con ellas para que se encienda la luz más fulgurante e irradien los rayos del sol.


Dieciséis

La canción pronto se hizo himno de los levantados en armas. Era peligroso cantarla.

Es más, la retama empezó a vérsela como una bandera y un signo de subversión. El Municipio ordenó desenraizarlas todas de los jardines de la plaza de armas de Huanta.

De todas las casas se extirparon las retamas, de los jardines, de los huertos, de las cercas. Era una bandera luminosa y subversiva. Cada dueño pensaba si aún las tenía iban a venir a llevárselos y desaparecerlos en los calabozos y después no saber dónde encontrarlos, diciéndoles: ¿Por qué hizo crecer o plantó esa bandera? ¿Cuál? La retama. ¡Venga! ¡Acompáñeme!

Y así todos la eliminaban a la mañana siguiente. Solo en las afueras y en las alturas, en los parajes libres, aunque desolados brotaba ufana e inmarcesible flameando al viento.

Era peor que colgar una bandera roja. El amarillo era más intenso que la luz del sol.


Colofón

Cantar en Huanta o Ayacucho, durante dos décadas de la historia del Perú la canción La flor de retama, era sentencia de muerte.

El año 1970 la grabó en Lima, suprimiendo su última estrofa, el trío Huanta, con el apoyo de uno de los mejores guitarristas de la región de Ayacucho, Amílcar Gamarra.

En el año 1971 grabó la canción con algunos cambios Martina Portocarrero, modificando el orden de las estrofas.

Cincuenta artistas del Perú y el mundo la cantan y la han grabado con distintos registros, estilos y voces.

Ha sido interpretada por la Orquesta Filarmónica de Suecia.

Ahora el pueblo la canta, la grita, la modula, la susurra, la proclama y aplaude.

Tuvo razón Oswaldo Reynoso hace cuarenta años atrás: el pueblo siente que a través de ella se rebela, se subleva, conecta con la esperanza y redime sus sufrimientos. Y jura y asume su país, su realidad, el ser andinos con coraje.

Lo que está pendiente es saber si cantada en las calles y en las plazas ya estamos a un paso de nuestra total y definitiva liberación.



Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente

Teléfonos:

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