martes, 6 de julio de 2010

GRANDES MAESTROS: ALBINA ALDAVE ALVA

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ALBINA ALDAVE ALVA

Por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)

Hoy, martes 18 de octubre del 77, Lima ha despertado perfumada de incienso, procesión y turrón. Dentro de unas horas mi hermano Felipe se graduará de Ingeniero.
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Viene a mi memoria el día que salió de Chiquián con su maleta llena de ilusiones para estudiar en el Colegio Guadalupe. Todos nos abrazamos y lloramos durante la despedida en nuestra casita del barrio de Jircán.
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Qué lejana parece aquella mañana, cuando desde Umpay vi que en la curva de Caranca solamente quedó la estela de polvo que el carro dejó, nublando mis ojos de nostalgia.
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Pasaron los años, y en el verano de 1971 Felipe ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde estoy iniciando mi segunda carrera.
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Cuánta agua ha pasado bajo el Puente del Ejército, cuántas veces lo hemos cruzado juntos, camino a la urbanización Ingeniería. Cuántos recuerdos vienen y se van…
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De niños, cada dos días, mi mamá encendía una vela a las cuatro y media de la madrugada (en ese entonces Chiquián no contaba con luz eléctrica), y se ponía a bordar manteles o zurcía nuestras ropas, mientras esperaba impaciente el sonido del claxon del camión de mi papá, anunciándonos desde Caranca su llegada. Mi hermano y yo, cuidando que ella no lo notara, nos despertábamos a la misma hora y encendíamos una vela en el cuarto que compartíamos, y leíamos nuestros libros; fue así, en el silencio de la noche, que aprendimos amar la lectura.

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También aprovechábamos de ese preciado tiempo para hablar bajito. Felipe me contaba lo mucho que aprendía de su maestra ALBINA ALDAVE ALVA, y lo feliz que se sentía compartiendo el Segundo Año “B” con sus amigos: Vicente Palacios Romero, Cuco Lastra Espinoza, Hugo Durand Silva, los hermanos Lucho y Carlos Rueda Balarezo, Leoncio Rivera Arana, Miguel Allauca Laura, Mario Yabar Lemus, Coco Saldívar Alva, Mario Díaz Valderrama, Francisco Carbajal Larrea, Víctor Gaitán Jaimes, Florentino Ramírez Ñato, Javi Zubieta Aldave, Dioge Bolarte Camones, Kique Pardo Cáceres, Avelino García Ortega, Bruno Lázaro Ranírez, Iván Leoncio Bolarte Sánchez, Kique Minaya Torres, Jesús Gervacio Castillo, Germán Pérez Lazo, Carlos Gamarra Calderon, Carlos Reyes Gamarra, Geroncio Antaurco Carmen, Adrián Teófilo Romero Gaitán, Eusebio Ramírez Ortega, Alberto Reyes García y Florentino Ramírez Ñato.
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Ya cuando sonaba el claxon, dormíamos unos minutos más, arropados por la tranquilidad de tener a papá en casa, lejos de los intrincados caminos, tan angostos y abruptos, en aquel entonces.
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Oprime mi pecho el recuerdo de lo ocurrido para nuestras vidas el lunes 23 de diciembre de 1963. El día anterior llovió fuerte en Chiquián, pero no el 23. En horas de la tarde, un grupo de maestros jugaron un partido de fútbol en el estadio de Jircán. Al culminar el encuentro, don Fabián Cano Osorio, Director del 378, se acercó a mi mamá que estaba parada a mi lado en la puerta de la casa, y entablaron este diálogo:
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- Felicitaciones doña Jesús, su hijo Felipe ha ocupado el Primer Puesto en su aula.
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- Por favor don Fabián, no se burle, si tiene 13 en la libreta. Mis dos sobrinos tienen 17 y 18 en la Pre y no han obtenido diplomas.
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- No tengo explicaciones para dichos promedios, pero 13 es la nota máxima que pone la maestra Albina Aldave. 10 alumnos de su salón repiten de año, uno de ellos es sobrino de la maestra. Ella es muy justa.
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- Gracias don Fabián, que Dios lo bendiga.
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Mientras escuchaba cabizbajo, dos lágrimas -una de dicha y otra de dolor- humedecieron mis pupilas, pues Felipe, diez días antes había sido “desterrado” a la Puna para hacerle compañía a la neblina, llevando como único equipaje: mis libros y cuadernos del cuarto año de primaria que le heredé en vida, antes de su partida. Felipe, por alguna razón que no comprendí, no levantó la mirada cuando mi mamá lo reprendió por el 13.
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A las 8 de la noche mi papá llegó de Aquia y cenamos callados: mis padres, mis dos hermanitas de 5 y 3 años y yo. Mi hermana mayor había viajado una semana antes a Lima a pasar sus vacaciones en casa de unos familiares del ala materna.
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Durante la noche no pude conciliar el sueño, sobre todo porque en el silencio nocturno la conversación de mis padres se oía clara. Estaban muy apenados por el "destierro". Ya en el desayuno nos dieron la feliz noticia de que pasaríamos la Navidad con Felipe. Alistamos nuestras cosas y a las 9 de la mañana surcamos Caranca. Todos íbamos contentos, llevando como regalo navideño una pequeña matraca de madera para el primer alumno, que no esperaba la sorpresa.
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Arribamos antes del mediodía a Tupucancha en plena granizada y mi mamá fue la primera en bajar del camión y, ante nuestro asombro corrió al encuentro de Felipe, que salió al escuchar los ladridos de “vilca”, y el llanto de ambos cubrió de dicha la Puna...
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Lima, 18 OCT 77
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