lunes, 7 de junio de 2010

Alfonso Ugarte y el fuego sagrado del alma. Plan Lector

.

INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA,


INLEC DEL PERÚ, Y CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA


7 DE JUNIO, GESTA QUE NOS LLENA DE GLORIA


PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA


ALFONSO UGARTE Y EL FUEGO SAGRADO DEL ALMA



Por Danilo Sánchez Lihón



1. Una motivación sublime

Alfonso Ugarte tenía 32 años cuando se desató el conflicto que enfrentó al Perú y Bolivia con Chile en el año 1879. Había nacido en Tarapacá el 13 de julio de 1847.

Era un empresario y hombre de negocios eficaz, dedicado a la comercialización del salitre. Y como tal un personaje acaudalado que anhelaba que el transcurrir de los días fueran tranquilos, laboriosos y útiles.

Estaba a punto de emprender un viaje de vacaciones a Europa cuando redoblaron los tambores y resonaron los clarines de guerra. Y se desató el conflicto, el 5 de abril del año 1879, cuando Chile declaró la guerra a Bolivia y al Perú.

Ante estos sucesos canceló su viaje y se quedó a afrontar la situación por la cual iba a atravesar su patria, el Perú.

No buscó un pretexto ni subterfugio para eximirse del compromiso y del más duro de los trabajos: la turbulencia de la guerra.

No eludió luego su propio holocausto, el 7 de junio en el Morro de Arica, portando la bandera y alentando a sus soldados.


2. Discernir lo bueno y lo malo

De ser un hombre próspero pasó a ser un aprendiz de milicia, un peón y un artesano de vituallas y de preparación como soldado. Y pronto se convirtió en un guerrero insigne y en un héroe proverbial y legendario.

Al abrazar la causa que defendió lo hizo no solo como peruano, sino como un representante de la especie humana universal, esclarecida e integral, consciente de que defendía principios, no botín ni prebenda.

Como un ciudadano que depone todo a fin de asumir un principio fundamental: defender la vida, la tierra, a sus seres queridos. Y afrontan la guerra, distinto a quienes la adoptan como negocio, enriquecimiento y rapiña.

Quien se subleva por una razón moral simple, por una ética ineludible, por una motivación sacrosanta defendiendo principios humanos sacrosantos.

Porque cabe anhelar de todos los seres humanos que seamos personas que disciernen entre lo bueno y lo malo. Y deciden por lo primero. Y que elijamos ser entre hienas o pastores aquellos que defienden a una comunidad.

Y todo fue así porque tenía fuego sagrado en el alma, de eso estaba hecho.


3. Donó su vida

Rebelarse contra lo que es bestial, injusto y abusivo, es noble; actitud que cabría esperarla incluso de los propios y ocasionales adversarios o enemigos.

Ante tal circunstancia no resuelta, es que Alfonso Ugarte no dijo: me voy, mi viaje estaba planificado desde antes. Desde allá es posible que ayude mejor.

No es que solo avitualló un ejército con su peculio, sino que donó su vida a su terruño.

No es que puso toda su riqueza a favor de su país, sino que donó su paz, sus negocios, sus amistades.

Puso a disposición del movimiento de defensa sus contactos, sus relaciones sociales y de empresa, involucró a sus clientes.

Sus amigos pasaron a ser oficiales del Batallón Iquique Nº 1 que organizó en base a obreros y artesanos de esa ciudad. Y que mantuvo todo el tiempo, hasta la hecatombe de El Morro de Arica.

Y es que tenía excelso y sagrado fuego en el alma.


4. Entregó todo

Había sido elegido Alcalde del puerto de Iquique el año 1876.

Allí dirigía una empresa que tenía agencias y sucursales en otras ciudades de América y Europa. Pero no las buscó como subterfugio, diciendo: soy ciudadano del mundo, no reconozco ideas limitadas de patria. Puedo ser de allá como de acá.

Él defendía principios, cariños y amores consumados. Para salvaguardar ese tesoro del alma financió un batallón bajo su propia cuenta y riesgo. Y no es que dijera “hasta aquí llegó mi cuota”. Aunque con solo asumir ese compromiso ya su acción resulta extraordinaria y ejemplar.

Pero hizo mucho más: se entregó entero a ello. De hombre acomodado se hizo un miliciano y montonero. De alcalde que había sido se hizo un hombre de gleba. Cambió su vida. No solo suspendió su viaje y donó sus arcas, sino que entregó todo: cotidianeidad, coraje, sueños.


5. Siendo así no podemos fallar

Y no fue él único quien cumpliera una misión parecida. Lo mismo hizo Ramón Zavala, incluso más joven que él, pues tenía 27 años, quien igual armó un batallón con su fortuna y luchó hasta morir en la defensa de Arica.

¿No son benefactores y paladines para tenerlos en cuenta en cada minuto de nuestras vidas, no en homenaje suyo sino para alentarnos en la vida? Con dichas muestras de abnegación sin límites, no podemos fallar, ni amilanarnos, ni desfallecer.

¿No son ejemplos formidables de virtud y eminente altruismo?

A Alfonso Ugarte en Tarapacá una bala estuvo a punto de destaparle el cráneo. Le rozó la sien, que se hizo vendar para contener la sangre que manaba en abundancia. Y continuó luchando.

En esa batalla, a un ejército con caballería y luchando cuerpo a cuerpo los hicimos huir despavoridos siendo ellos quienes tendieron la celada para ultimar a unas columnas diezmadas.

¡Eso ocurre cuando hay fuego sagrado en el alma!


6. Él alzaba la bandera

Y eso lo tuvieron a raudales los guerreros de aquellas horas infaustas, sin dejar de ser eminentes en el coraje, pero también con grandeza para no ser hienas en el campo de batalla. Y eso lo tenemos todos aquí, en el fondo del corazón.

Alfonso Ugarte después del descalabro de la batalla de San Francisco, en donde participó, no dijo ya perdimos y basta, ya lo intentamos y hasta aquí es suficiente. Ya estamos justificados. Ya perdimos batallas, perderemos la guerra y entonces salvo lo que pueda.

No dijo: creo que ya coloqué bastante en la balanza, la historia si quiere que me juzgue, ya puse mi esfuerzo, mi talento y arriesgué la vida. No, para él la victoria final era el fin, el cometido, el horizonte y eso nos corresponde recoger y proseguir nosotros.

Él siguió luchando con denuedo, lo que quiere decir que nada lo daba por perdido.

No se desmoralizaba ante los reveses. No doblegaba la intrepidez, pese a que se cernía el infortunio. No le desanimaba la suerte. Él alzaba la bandera e impulsaba el carro hacia adelante.


7. Vale más que todo el oro

No dijo tal tuvo la culpa. No echó en cara a nadie. Siguió luchando.

No dijo ya no hay ejército. ¡Hizo su ejército! No dijo: el otro no peleó como debía. Él cada vez era más soberbio en el combate. No puso a un sustituto para comandar su batallón. Él iba adelante.

Nada para él era bastante cuando de lo que se trata era defender principios.

Puso todo su dinero en el arca santa del amor a su lar natal. Y a la evocación de las horas de infancia.

No dijo escojo otra morada tranquila y apacible. No dijo: el mundo es de todos, él que tenía sucursales de su empresa en varias ciudades del continente y el mundo.

Y todo porque tenía fuego sagrado en el alma que vale más que todo el oro de la tierra.

Tampoco elucubró: La guerra es cuestión de gobiernos. Es función de los ejércitos. Es una contingencia, y lo mismo me da estar aquí que allá. No dijo eso.


8. Que jamás se olvide

¿Invertir en equipar un batallón? ¿A quién se le ocurre? ¡A él! A los insignes. Y a otros tantos seres acrisolados cuando los convoca el deber y el amor.

Porque la Guerra del Pacífico fue una guerra de civiles contra militares entrenados y etiquetados para la crueldad, el odio, la vesania y la infamia.

Los espartanos fueron formados desde niños para ser soldados. Pero al lado del modelo de heroísmo recogían también un código de moral y de ética que nunca debe perder un soldado.

Los héroes de Arica fueron civiles. Alfonso Ugarte, que lucía el grado de comandante de dos batallones, era civil.

Si el heroísmo en un soldado entrenado para la guerra es admirable, en un civil en el campo de batalla. ¿Cómo lo será de mayúsculo y superlativo? Pero, aún más: la moral ganada para su comunidad. ¡Que esto jamás se nos olvide!


9. Insignia imperecedera

Por eso, honor al héroe insigne. Honor a los que defendieron el día 7 de junio de 1880, lo que es el sentido moral para la raza humana. Y lucharon por lo honorable, íntegro y puro, para el hombre como especie frente a lo criminal y vesánico.

¡Honor para quienes convirtieron su paz en espada fulgurante! ¡Honor a quienes ofrendaron su vida por defender el sentido humano frente a la aberración!, que nos incumbe y compromete defender a todos los hombres.

El ardor de aquellos combatientes no era creer tanto en los triunfos sino en las grandes causas que es ineludible defender, porque de lo contrario lesionamos la estatura del hombre frente a lo aberrante y lo bestial.

Alfonso Ugarte era alegre, vital y campechano. Se lo refiere franco, generoso, de puertas y brazos abiertos.

Así abrazó a Arica, quiso quedarse en ella. Es la insignia imperecedera en el costado izquierdo de su pecho, lo más cerca de su inflamado corazón.

Aquello que defendía era ya un imposible. Era una utopía vencer en el momento en que estuvo dispuesto a entregar su vida por aquello que soñaba.


10. Ternura por la vida

Pero de imposibles está hecho el canto y el himno a la vida y a la permanencia del hombre sobre la faz de la tierra.

De allí que su abrazo es imperecedero. Y Arica, más que una referencia geográfica es símbolo.

Con sus arengas infundía entusiasmo a su gente, diciéndoles que nos había tocado, como destino, defender una causa honesta, honrada y como tal gloriosa.

Jamás fue derrotista, ni pusilánime, ni acobardado. Al contrario. Era pujante, confiado, victorioso.

Sus vínculos con sus soldados eran simples: fraternidad y una gran ternura por la vida en esos momentos aciagos.

Al fin y al cabo era un hombre práctico, que sabía comunicarse directamente con la gente.

Pero solo en las grandes pruebas sobresale el fuego sagrado de que estamos hechos. Y sobresale a manos llenas.


11. Esa lógica furtiva

Era un empresario de quien dependían muchos empleados.

No dijo: debo tener sentido común y ser realista, o: si otro fuera mi caso pelearía, pero de mí depende el destino de mucha gente. Y haré mejor si me pongo a buen recaudo.

No, esa lógica furtiva no era su lógica. No. Había deberes sagrados qué cumplir y él los cumpliría si es posible a costa de su vida. Y eso es ser grandiosos y colosales.

Tampoco dijo: mudo de oficina, me voy a otro puerto, bajo la sombra de algún otro país de América o Europa. Despacho desde Río de Janeiro o Buenos Aires.

No adujo: ser sensato: yo debo pactar. Es mi deber cuidar mi negocio. Eso soy y eso seré. No. Él tenía fuego sagrado en el alma.

No calculó fríamente así: puedo escoger cualquier patria que yo quiera. Para eso soy ciudadano del mundo, moderno y universal.

No dijo: esto no me implica, no es mi responsabilidad. La cosa no es conmigo. Además, no soy soldado.

Eso no ocurre en quienes tienen fuego sagrado en el alma.


12. Ejemplo de heroicidad al mundo

Al contrario, se afanó, buscó, reclamó para participar; en unirse, afiliarse involucrándose en el problema de honor.

Y es que quienes tienen fuego sagrado en el alma hacen lo indecible para estar allí donde las papas queman.

Y eso hizo él hasta morir el 7 de junio en El Morro de Arica. Y aquella iniciativa de formar él mismo un batallón debemos seguirla porque en el fondo él nos da allí una consigna.

Que cada organización, que cada empresa, que cada entidad en el Perú sea una milicia y una legión.

Antes, participó el 19 de noviembre de 1879 en la Batalla de San Francisco.

Estuvo en la agobiante retirada a Tarapacá.

Peleó en la Batalla de Tarapacá el 27 de noviembre de 1879, donde fue herido de bala en la cabeza.

De allí emprendió la penosa marcha hasta Arica a unirse al bastión de guerreros incólumes que dieron un ejemplo de heroicidad al mundo.


13. Y eso lo heredamos

En Arica intervino en las dos Juntas de Guerra que convocó el coronel Francisco Bolognesi y donde se tomó y ratificó el acuerdo por unanimidad luchar hasta quemar el último cartucho y de morir defendiendo la plaza.

Y este holocausto se cumplió con lo cual un laurel de gloria reverdece desde entonces en cada una de nuestras frentes.

Fue aquella una decisión inquebrantable, por aclamación las dos veces en que se sometió a consulta.

El grito fue: ¡no nos rendiremos jamás!

¡Honor y gloria eterna a esos inmortales!

Allí estaba él entre esa pléyade de hombres luceros del alba. ¡Qué honor, qué honra y qué privilegio!

Es que tenían fuego sagrado en el alma. ¡Y eso lo heredamos hoy nosotros!

Alfonso Ugarte obtuvo el grado de coronel en los campos de batalla.

14. Su sangre impetuosa

Formó reclutando obreros y artesanos el batallón Iquique Nº 1, conformado por 429 hombres y 36 oficiales.

Fue comandante general de la Octava División en la defensa de Arica. Y era civil, no militar.

En esta contienda 1,600 peruanos se enfrentaron a 7400 chilenos fuertemente armados.

Fue absoluta su determinación y su entrega. Unió a la decisión de Francisco Bolognesi su jefe ya anciano, la suya cuajada y madura de un hombre de 32 años, que se sumó a la de quienes frisaban la flor de su juventud henchida y pletórica.

Esos paladines de Arica consagraron el 7 de junio de 1880 su fervor indomable en una patria hecha de realidad y de sueños, de problemas por resolver y utopías por volver a hacerlas cotidianas y vigentes.

Unieron la turbulencia de su sangre impetuosa junto a la decisión sosegada del ínclito anciano, en un ideal supremo de algo que hay que explorar hasta el fondo y que indudablemente, pleno de virtudes, se sintetiza en un símbolo: ¡Perú!


15. Como somos tú y yo

Por si acaso, Alfonso Ugarte no era blanco, ni alto, ni tenía ojos azules como ahora se lo retrata y se lo pinta.

Era trigueño, bajo de estatura, de ojos muy negros. Los dientes los tenía orificados, el cabello ensortijado y el bigote audaz e hirsuto.

Era como tú y como yo, ciudadano común y corriente. Pero que tienen fuego sagrado en el alma, que hay que hacerlo cálido, luminosos y actuante.

Tenía picaduras de viruela en la cara. Y se lo recuerda afectuoso, sensible, fraterno. Se lo evoca ilusionado en el amor, tal y como somos tú y yo.

No era apuesto, ni un ser providencial, que estuviera favorecido por la naturaleza para ser una estampa, un paradigma de belleza, un rey en su trono, o una estatua viviente.

Su madre ofreció una recompensa de mil pesos a la tropa chilena por la entrega del cadáver de su hijo.


16. Delante de nuestros pasos

Fue encontrado a las orillas del mar al pie del Morro el día 14 de junio.

Los restos, reconocidos y aceptados por su progenitora, fueron sepultad
os un día después en el cementerio de Arica. Posteriormente fueron trasladados a Lima donde reposan dentro en un sarcófago en el tercer piso de la Cripta de los Héroes en el cementerio Presbítero Maestro.

Gerardo Arosemena en su calidad de director del Centro de Estudios Histórico Militares del Perú fue autorizado el año 1979 para abrir la tumba de Alfonso Ugarte encontrando sus restos envueltos en la bandera peruana.

Pero creo que corroboración inútil porque él más bien él está vivo delante de nuestros pasos y hasta en nuestros propios pasos cuando estos son verdaderos.

Y para siempre, porque sin darse cuenta de lo inmenso de su gesta sacó a luz el fuego sagrado que tenemos él, tú, como yo también, en el alma, sin saber que lo tenemos.


17. Guerreros ilustres

Hay ejércitos que se reclaman vencedores porque sembraron muerte a su paso, sin dejar heridos en el campo de batalla. Y mataron a mansalva.

No quedó un solo peruano vivo en los campos de batalla. Pregunto: ¿puede ser el que remata a un herido un ejército vencedor?

O vencen los que fueron asesinados pero envestidos de honor y de gloria. ¡Loor a quienes sacrificaron sus vidas aquel día y elevaron la estatura del hombre universal más allá de la luz y el brillo de las estrellas!

Porque desde lo moral, que es lo que verdaderamente hace a alguien vencedor o cobarde, ¿quién venció en esa contienda?

Vence el ejército que tuvo entre sus filas no solo guerreros ilustres sino a modo de ejemplo: que invirtieron toda su fortuna conformando batallón, dándoles ropa, armas, comida y virtudes. Y, sobre todo, porque defendían ideales, principios y valores básicamente humanos.

Esa es la causa que defendió Alfonso Ugarte, porque tenía fuego sagrado en el alma.


18. Paladín de fábula

No era ganar la guerra, sino defender la vida, oponiendo el brazo afectuoso y fraterno a fin de detener a aquellos a quienes cegaba la codicia, a quienes alocaba la rapiña, y les desquiciaba la respiración del hombre ya indefenso y por eso lo mataban. Entonces, ¿quién es vencedor?

Estuve yo presente en la santa indignación de aquella hora, que alentó a cada hombre del Ejército del Perú de aquel día.

Estuvimos todos nosotros presentes en su arrojo y en su corazón ferviente. Y esto nos hace grandes.

Me enaltece haber estado siquiera como un grumo de incertidumbre en su alma, en su conciencia y en su visión del porvenir.

Estuvimos todos nosotros en él como algo relacionado a la esperanza que en su alma no murió jamás. ¡Ni morirá!, mucho más habiendo símbolos como Arica.

En el corazón y en la mente de aquel paladín de fábula, de aquel héroe insigne estuvimos nosotros en su pecho. Y luego en el torrente de su sangre explosionaba para que fecunde siempre.


19. Sangre heroica

Estuvimos en el grito indignado de un ser que no veía hacia atrás sino todo hacia delante.

Siento que estuve como un corpúsculo de luz. O como un temblor cuando avanzaba en su caballo ya alado con la bandera roja y blanca y blandiendo la espada en el aire, alentando a sus camaradas, digno hijo del sol como son los de esta tierra.

Nunca vibró la adhesión a la patria tanto como en el corazón de aquellos heraldos míticos y de fábula.

Arica después de la batalla era un lago de sangre.

El escritor chileno Nicanor Molinare escribe en su obra “Asalto y toma del Morro de Arica” que el caballo de Manuel Baquedano aquel día chapoteaba en sangre peruana hasta los nudillos.

Sangre sagrada, sangre heroica, sangre bendita.

Y es porque tenían fuego sagrado en el alma.


20. Estas frases trémulas

¡Sangre ejemplo de heroísmo sin par! ¡Sangre de aquellos jóvenes que ascendieron a ser oficiales a los 18 y 22 años de edad! Y que quisieron, plenos de convencimiento, dar su vida por el Perú.

¡Loor a esos héroes!

¿Por qué lo hicieron? Por ti y por mí. Cada uno de los que defendieron El Morro lo hicieron por ti y por mí. Para que yo pergeñara estas frases trémulas, entrañables y fervientes. Y de lágrimas hirvientes que se agolpan en mis ojos.

No solo envestidos de una nacionalidad, que en mi caso la llevo con orgullo, sino como ser humano que se subleva a la ofensa, a la invasión y al pillaje.

En realidad todos los peruanos de aquella época sacaron a relucir que somos un pueblo que tiene fuego sagrado en el alma.


21. Unción y alborada

La generación de Manuel González Prada puso mucha atención en quienes fallaron, Los ojos y el acento fue juzgar implacables a los impuros, a los que huyeron o se escondieron. Pero esos en realidad no importan ni interesan, pero sí resultan fundamentales e imprescindibles los que se consagraron, sin huir ni claudicar.

Mi generación puso mucho acento en la crueldad y la infamia del enemigo. En aquellos que si alguien tenía astillada una pierna, o se arrastraba por una bala en la columna lo atravesaban con la bayoneta. O le rasgaban el pecho o el vientre con el corvo. Y de esa vileza se enorgullecen y han hecho una épica.

Nosotros ponemos el alma y el aliento en quienes esa mañana consciente y con arrojo eximio se inmolaron. Y fueron sublimes en el amor a su heredad y a su gente. Nos acercamos devotos a quienes elevaron su espíritu en aquella gesta para que siempre haya en nosotros unción y alborada.


22. Civiles en pie de guerra

En ese norte y égida Alfonso Ugarte es un ejemplo imperecedero para niños, jóvenes y adultos de todas las nacionalidades, los tiempos y las culturas.

Porque su proeza lo asumió representando a la especie humana, para darnos la estatura de lo que es ser hombre.

Debe pasar la época en que esta guerra siga doliéndonos tanto, para ser más bien un referente del cual extraer los ejemplos asombrosos de cómo ser peruanos cabales, íntegros y de a verdad.

Debe pasar la época de las dudas. ¡Y se dudaba tanto de Alfonso Ugarte!, porque para el enemigo eran insoportables los civiles, no les convenía que hubieran ejemplos civiles, sino había que acabar con el último vestigio humano en el Perú.

Civiles en pie de guerra se los asesinaba por la espalda y no tenían sepultura, tal como ocurrió en Huamachuco.


23. Volar al infinito

Se dudaba hasta que en el sarcófago estuviera Alfonso Ugarte enterrado y fue necesario abrirlo para comprobar que era cierto. Y allí está envuelto en la bandera peruana.

– Y, ¿por qué estas dudas?

– Porque mi profesor de Historia nos dijo que la historia nos la habían contado de una manera que no era verdad.

Yo también tuve un profesor a quien escuché decir lo mismo. Y precisamente en relación a Alfonso Ugarte, la bandera y el caballo con el cual se arrojó al abismo. Decía que no era cierto, que es la versión que da el enemigo.

Sin embargo, la lógica de la vida de Alfonso Ugarte es montar sobre el caballo, arrebatar el caballo y con ello volar al infinito, paradigma que está bien que sea el océano.


24. La Patria que llora

Pero ha habido épocas violentadas por profesores de desencanto, de malicia y hasta de horror. Indocumentados y hasta con argumentos absurdos. El cuerpo de Alfonso Ugarte lo reconoció su madre.

Y ella se inclinó muchas veces en esa tumba, primero en Tacna y luego en Lima, a llorarlo.

¿Vamos a poner en cuestión también a la madre que lo trajera al mundo? ¿A quien acunó ese cuerpo desde el primer instante en que él naciera?

¿Y a la patria, como está representada en esa escultura magnífica que llora en lo alto del catafalco la muerte del héroe y de su hijo bienamado?

Desenmascaremos la actitud de esos profesores mediocres que se ufanan de saber algo más, que en verdad no conocen.

Lo único que han adoptado es la actitud cobarde de no creer en nada y en descreer de todo. Y siendo así son los tontos útiles a causas que ni siquiera son las suyas.


25. En nuestros corazones

Por eso, patria, para hacerte digna, grande y excelsa no olvides nunca, sobre todo, a los que por ti murieron.

No dejes que sus cenizas se disgreguen sino que sean diamantes puros en la diadema del alba de un tiempo nuevo.

Y que aquellos ejemplos fulguren en todas las horas y en todas las eras.

Porque nunca el ser humano como tal fue tan obstinado y tenaz en lo heroico, como Alfonso Ugarte y muchos otro en aquella contienda. Jamás resaltó tanto la raíz y la fibra de que está hecho el hombre como en aquel holocausto.

Y nunca brilló más refulgente el lucero que somos.

Loor a los héroes de fábula de aquella gesta. Loor a quienes supieron poner en evidencia y en flor el fuego sagrado de que estamos hechos, defendiendo valores que son la esencia del ser en contra del oprobio.

Y es que todos tenían en aquella jornada fuego sagrado en el alma. Que nos lo dejaron para que nunca se apague ni extinga en nuestras manos, en nuestras mentes y en nuestros corazones.


Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente

Teléfonos:

420-3343 y 420-3860

.
.