domingo, 9 de mayo de 2010

9 DE MAYO DÍA MUNDIAL DE LAS AVES - CANTO AL AMANECER - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

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Pichuichanca (gorrión americano)
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9 DE MAYO
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DÍA MUNDIAL DE LAS AVES
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PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
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CANTO AL AMANECER
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Por Danilo Sánchez Lihón

1. Es tu sangre
Rodrigo por fin consiguió que su abuela le obsequiara los dos periquitos que le pedía desde hacía meses, y años talvez. Le tocó uno rojo y otro azul.

La señora los extrajo de su inmensa pajarera donde una maraña de pajarillos de todos los colores y trinos nacen, crecen, se reproducen.

Y mueren sin salir jamás de esa malla de alambres y pétalos de flores caídas de las macetas de flores que cuelgan hacia afuera.

El niño tuvo que enfermarse para que la abuela se conmoviera y aceptara desprenderse de sus pajarillos.

No fue fácil. La última vez la señora puso otra condición cual era que tenía que traer una jaula nueva para llevarlos. ¡Y que no se fueran a volar por el camino!

– ¡No hagas sufrir más a mi hijo!, –protestó ese día la mamá de Rodrigo, e hija de la señora–. Lo estás enfermando con tus caprichos. Parece que más te importaran tus pajaritos que tu propia sangre. –Le reprochó a su madre.
2. Cómo los va a criar
– Tú no sabes lo que es criar y querer a los animales.

– ¡Tienes tantos! Y es tu nieto quien te pide. Meses y años que lo tienes ilusionado. ¡Es tu sangre!

La abuela adora a su nieto. Pero más puede el escrúpulo de cómo los va a criar. Pero, ahora, ha tenido que prestar ella misma una jaula. Y este día los dos pericos cambiaron de casa.

Al despedirse de las avecillas todavía desde la puerta recomienda:

“El agua fresca que le pongan hay que cambiarla todos los días”.

“La clase y calidad de los granos de alpiste escogerlos de un casero de confianza, nada de comprarlos de ambulantes”.

“No se olviden la hora de abrigarlos, cubriendo la jaula con una manta”.

“Han de tener cuidado del gato que tienen en la casa, y de otros animales que pueden hacerles daño”.
3. La policromía de sus alas
Y se despidió de ellos con los ojos cristalinos de lágrimas y el corazón enturbiado por la pena.

La llegada de los pericos a la nueva casa fue todo un acontecimiento. Correrías, nerviosismo, alegría.

Pronto Rodrigo aprendió a darles de comer, a limpiar su jaula y a protegerlos del frío.

Pasaba horas enteras contemplándolos.

Le encantaba el movimiento de sus cabezas, los saltos que daban. La forma cómo tomaban el agua.

Le extasiaba la policromía de sus alas que abrían al sol y hasta le parecía percibir debajo de sus plumas los latidos de sus minúsculos corazones.
4. Un grito herido
Pero, un día Virginia salió temprano al jardín y quiso acariciarlos. Abrió la jaula y dejó la puerta entreabierta.

El perico macho ladeó la cara para ver mejor la abertura:

– ¿Qué es esto? –dijo.

– ¡Cuidado con los peligros! –Le advirtió la perica desde dentro.

De un brinco el macho llegó hasta la puerta, giró la cabeza a uno y otro lado y divisó las altas ramas del árbol en el centro del jardín.

Saltó hasta allí. Y llamó a su compañera. En seguida se lanzó al cielo abierto. Detrás de él siguió la perica.

A la vuelta de la escuela Rodrigo fue a saludar a sus pericos en su jaula.

Y al no encontrarlos soltó un grito herido como el de un cuchillo.

Como un relámpago imaginó lo que había sucedido:
5. Buscaron rama por rama
– ¡Mamáaaa!

La mamá casi se rueda por las escaleras por socorrer a su hijo: pensando que un puñal le había atravesado por el pecho:

– ¡Qué ocurre! –gritó al llegar.

– ¡No están mis pericos!, –gritó el hijo desesperado.

La mamá al ver la jaula vacía comprendió toda la realidad: los periquitos habías escapado.

Con los demás hermanos miraron por todos los contornos. Buscaron rama por rama entre las plantas. Se asomaron con escaleras a mirar los las paredes y los patios de las casas vecinas.

No. ¡No estaban!

– ¿Quién abrió la puerta de la jaula?, –era la pregunta que se hacían.

Nadie contestaba.
6. Escucharon los pasos
De pronto Virginia dio un gemido, se encogió contra su pecho y empezó un llanto incontenible. Estaba desesperada.

– ¡Es mi culpa! ¡Es mi culpa!

– ¿Tú fuiste?

– Sí, ¡pero yo solo quería acariciarlos!

Los hermanos lloraron toda la tarde.

La madre andaba silenciosa por la casa. Todos esperaban la llegada del padre.

A Virginia tuvieron que acostarla en su cama porque le dolía el pecho. Y hasta hizo fiebre.

Rodrigo daba vueltas, subiendo y bajando la azotea desde donde miraba con rencor y hasta odio a cada gato que pasaba.

Ya de noche se escucharon los pasos del padre que llegaba. Y todos corrieron a abrirle la puerta.
7. Haber, cuéntenme
– ¡Papá! ¡Los periquitos se han escapado! ¡Se han perdido!

– ¡Virginia dejó abierta la jaula y se han ido, nadie sabe adónde! –le dijeron entre gemidos.

– ¿Y dónde está Virginia?

– En su habitación, se siente mal la pobrecita. –Dijo la mamá llorosa.

Ya en el cuarto Virginia se abalanzó a los brazos del padre.

– ¡Es mi culpa, papá! ¡Es mi culpa! –Sollozaba.

El padre la abrazó, la tuvo contra su pecho y después la sentó en sus rodillas. Abrazó a Rodrigo y sentó a los demás al borde de la cama.

– Haber, cuéntenme. ¿Qué ha pasado?
8. ¡Han desaparecido!
Todos hablaban a la vez, repitiendo lo que unos y otros sabían.

– ¡Es culpa de Virginia! –concluyó Emilio, el hermano mayor.

– No es culpa de tu hermana, porque ella no ha querido que se fueran. Al contrario, quiso darles cariño, –empezó diciendo el padre.

– Pobre mi hijita, se siente culpable. Y está destrozada.

Virginia otra vez no pudo contener un llanto desconsolado.

– ¿Han buscado por todos lados? –dijo el padre.

– ¡No solo aquí en la casa, sino por todo el barrio, papá!

– ¡No están! Hemos subido con escaleras para ver por los techos. Hemos entrado a las casas de los vecinos. ¡Han desaparecido!
9. Y fuimos felices
– Bueno, hijos, –continuó el padre– para nosotros ésta es una pérdida, que la sentimos mucho, pero para los periquitos es un día feliz.

– ¿Feliz, por qué?

– Porque están libres y quieren hacer juntos su destino. En la vida de ellos ésta será una fecha inolvidable que recordarán así:

Un día una niña como un ángel se acercó, nos acarició las alas, nos miró con ternura y dejó entreabierta la puerta de la jaula.
Entonces volamos hacia un árbol alto y luego por el cielo azul hasta un valle donde hicimos nuestro nido, tuvimos nuestros hijos y fuimos felices.

Con el rostro congestionado Rodrigo exclamó:

– ¡En qué barriga de gato estarán mis periquitos!
10. Días inconsolables
– Ningún gato ha devorado a los pericos –explicó el padre–. Y les digo por qué:

Primero, habría plumas en algún lugar. ¿Las han encontrado? ¡No!

Segundo: Si ellos pudieron volar por encima de estas paredes quiere decir que vuelan bien.

Y, tercero, los animales saben defenderse y superar peligros.

Además, son dos: una pareja. Y entre ellos se ayudan y defienden muy bien.

– Gracias, papá. –Dijeron.

De todos modos, los días siguientes fueron inconsolables para Rodrigo. Sus ojos se nublaban mirando las azoteas lejanas, queriendo verlos aparecer y aletear.
11. Dichosos como nunca
Rodrigo seguía limpiando la escudilla, cambiando el agua anterior por otra fresca, poniendo temprano la ración de alpiste.

Una madrugada corrió agitado a despertar a sus padres:

– ¡Papá! ¡Mamá! ¡Vengan corriendo! ¡Los periquitos están en el árbol!

En el pálido nácar de la madrugada, y recortados ante el cielo tenuemente rosado, amarillo y celeste, gorjeaban dichosos como nunca.

Eran dos periquitos: uno rojo y el otro azul.

Libres y deslumbrantes con sus vuelos en el amplio cielo añil.

Padres e hijos se quedaron viendo y escuchando emocionados.
12. Libres, sanos y felices
¡Era espléndido verlos revolotear, alzándose y dejándose caer en el aire, haciendo picadas y rozando sus alas, uno con el otro, hasta venir casi a posarse en las manos de Rodrigo!

– ¡Papá!, –dijo con los ojos llenos de lágrimas– ¿has notado que cantan en dirección a la ventana de Virginia?

Los padres no se habían dado cuenta de eso.

Virginia, a esas horas dormía en su cama sin saber que una pareja de periquitos felices, cantaban para ella en el amanecer de un día hermoso...

¡Y completamente libres, sanos y felices!
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