viernes, 2 de abril de 2010

JUICIO BAJO LA CRUZ - POR ADDHEMAR H.M SIERRALTA NÚÑEZ - MIAMI



El Nazareno - Nalo AB


JUICIO BAJO LA CRUZ

(Cuento)

Un juicio previo e inesperado nos lleva a meditar, en el cuento de Addhemar H.M. Sierralta, entre la misericordia o la condena que puedan merecer los mayores o más conocidos pecadores vinculados alrededor de la vida de Jesús.

Los anuncios de la proximidad del fin del mundo por las profecías que señalarían que solo falta un Papa para que ello suceda ; la difusión de los códigos mayas que estarían prediciendo el final del universo para dentro de dos años y , finalmente, la aclaración del Vaticano que el limbo ya no existe ha preocupado a ciertos personajes que estaban depositados en aquel lugar en espera del Juicio Final.

Estos depositados en espera son algunos de los “pecadores” más conocidos por la humanidad : Herodes, Caifás, Anás, Pilatos y Judas Iscariote. Ellos ante estas circunstancias se reunieron para analizar su situación la que consideran precaria y de riesgo porque al eliminarse el limbo su destino hacia la hora del juicio postrero sería incierta.

Herodes planteó que a la brevedad debía tomarse una acción. “Todos los niños no bautizados han sido trasladados de inmediato al cielo y nosotros a dónde iremos ahora que no habrá limbo”, precisó el antiguo monarca que se hiciera famoso por la matanza de los infantes cuando Jesús era bebé. Después de varias conversaciones los personajes mencionados acordaron solicitar un juicio adelantado o previo antes de ir al Juicio Final pero con la intervención de un defensor de sus causas el que sería de su elección.


Los “pecadores” pensaron en pedir a María Magdalena su colaboración como defensora de sus causas en vista de su proximidad con Jesús. “Además ella sabrá plantear la defensa ya que fue una gran pecadora”, argumentó Caifás.

Una vez convencida María Magdalena para que actuase como abogado defensor, una comisión formada por Anás y Pilatos, se dirigió donde San Pedro, guardián del cielo y secretario de la Santísima Trinidad, para solicitar que la vista de sus causas –en conjunto- se realizara en una fecha anterior al cierre definitivo del limbo.

Analizada la petición se definió que el juicio previo se llevara a cabo el sábado anterior al Domingo de Ramos del año en curso en uno de los recintos del propio limbo.


El tribunal se había constituido y se nombró como jueces a San Juan Apóstol, San Agustín, Juan XXIII y a los emperadores romanos Augusto y Constantino. Por su parte se determinó que el fiscal sería San Pedro. Testigos fueron llamados San Juan Bautista, Gaspar, Melchor y Baltazar, los tres reyes magos. Asimismo se consideró como testigos a San Pedro, y al mismo Jesús. La sala, según acuerdo divino, estaría presidida por el Arcángel Gabriel.

- Se inicia la sesión, que el fiscal de a conocer los argumentos de las acusaciones de los procesados –indicó el Presidente de la Sala el Arcángel Gabriel.

- Con la venia de Su Señoría –empezó su acusación San Pedro- después de las investigaciones del caso esta fiscalía acusa a Herodes de crímenes en contra de miles de inocentes niños y deseo de asesinato del hijo de Dios; a Anás y a Caifás de haberse coludido para condenar a muerte a Jesús; a Poncio Pilatos de cobardía y complicidad en la condena de muerte de Jesucristo; y a Judas Iscariote de haber realizado la infamia de traicionar a su maestro por 30 monedas y entregarlo a sus enemigos para que sea ajusticiado.

- Tiene pruebas de ello señor fiscal –inquirió el Arcángel.

- Por supuesto que las tengo y para confirmar esta acusación deseo llamar al primer testigo de cargo. Que vengan a declarar los tres reyes magos : Melchor, Gaspar y Baltazar.

Al instante aparecieron en la sala los reyes magos quienes declararon que ellos habían manifestado a soldados de Herodes que su viaje era para adorar al nuevo rey que había nacido. Que los soldados trataron de averiguar el sitio preciso donde podría hallarse al nuevo soberano y avisaron de ello a su rey.

- Como nos dimos cuenta que las intenciones de los soldados no era buenas los despistamos y continuamos siguiendo la estrella hacia Belén –precisó Melchor.

- Pero de aquella incertidumbre y temor se generó el mandato de ejecución de los infantes que diera el propio Herodes –añadió Gaspar.

- ¡ Objeción ! –interrumpió María Magdalena. - Concedida –dijo Gabriel.

- Herodes desconocía que se trataba del hijo de Dios. Pensaba que era el nacimiento de un niño que trataría de reclamar derechos sobre su trono y solo actuó en defensa de sus intereses.

- Eso no quita que cometiera un abuso de autoridad al ordenar la muerte de seres inocentes –señaló San Pedro.

- En aquella época no existían los derechos humanos ni los derechos del niño y era práctica común la ejecución de los enemigos o posibles enemigos – replicó la defensora.

- Pero aún así Herodes cometió un crimen Su Señoría –puntualizó el fiscal.
Terminada esta intervención y agradeciéndose la participación de los testigos el Presidente de la Sala invitó a proseguir con las acusaciones.

- Su Señoría, antes de seguir con las acusaciones, permítame llamar a un testigo de la defensa, se trata de Juan Baustista –solicitó María Magdalena.

- Concedido, que pase el testigo.

- Dígame don Juan, es verdad que usted durante su campaña de bautismo en el río
Jordán anunciaba que vendría uno con mayor poder que usted y que sería el rey.

- Es cierto –contestó el testigo.


- Y que al bautizar a Jesús reconoció en él al hijo de Dios.


- Es verdad.

- Entonces con estas declaraciones queda confirmado que las sospechas que tuvo Herodes del advenimiento del nuevo rey eran ciertas. Por lo tanto su causa era justa a la luz de las costumbres de la época.

- Pero, Su Señoría, aquello no justificaba una acción criminal como lo hizo Herodes solo por una mera sospecha –interrumpió el fiscal.

- Alguna pregunta más –dijo el Arcángel Gabriel.

- Ninguna –dijo María Magdalena.


- Bueno prosigamos con la acusación.

- Bueno, por lo expuesto solicito que a Herodes se le condene por su acción en contra de los niños inocentes e intentar dar muerte al hijo de Dios –pidió San Pedro.

Respecto a la acusación contra Anás y Caifás el fiscal no consideró llamar testigos. Igual fue el planteamiento de la defensa dejando el asunto a consideración de los jueces, no sin antes San Pedro haber solicitado la condena de estos sacerdotes judíos por confabulación y falsos cargos contra Jesús.


Para argumentar la defensa de Pilatos, María Magdalena, llamó como testigo a Barrabás. El preso que fuera liberado, en lugar de Jesús, tenía cargos por revoltoso y homicida pero aún así fue liberado ante la insistencia del populacho, situación que dio lugar a que el acusado se lavase las manos.


- Diga usted, Barrabás, en su opinión Poncio Pilatos actuó de mala fe y en conocimiento que Jesús era el hijo de Dios evidenciando cobardía –preguntó María Magdalena.


- El romano no hizo otra cosa que cumplir con la ley al no meterse en las decisiones religiosas del pueblo judío. Y al no encontrar culpa alguna en Jesús hizo bien en lavarse las manos, acto que no fue de cobardía, sino en señal de respeto a las leyes de la época –contestó Barrabás.

- Es suficiente, indicó la defensa.


Acto seguido se llamó al acusado Judas Iscariote, ante tremenda expectativa del público, ya que su caso era considerado emblemático en este proceso.


- He aquí el reo más despreciable –dijo San Pedro- el individuo que fingiendo ser un buen discípulo del Señor y hermano de todos nosotros consumó una vil traición entregando a su maestro por 30 monedas. Merece ser condenado y el castigo más grande.

- Si bien los hechos, aparentemente condenarían a Judas Iscariote, lo cierto es que no se puede considerar esta situación como derivada solo del libre albedrío, porque según lo que se vino diciendo tiempo antes de lo ocurrido ya todo estaba escrito. Eso quiere decir que lo sucedido era –como todos los acusados- parte de un esquema divino para que el sacrificio de Cristo pudiera tener lugar. Por lo tanto Judas y los acusados no tienen culpa alguna porque fueron escogidos previamente –argumentó María Magdalena, quien de inmediato solicitó al tribunal que se permitiera acceder como testigo al fiscal, San Pedro.

- Es pertinente –dijo el Presidente- que pase a declarar como testigo el señor fiscal.

- Con el debido respeto, señor fiscal, usted acusó a Poncio Pilatos de cobardía, más tres veces antes del canto del gallo, negó conocer a su maestro … es o no cobardía tal actitud –inquirió la defensora.

- Es que el Señor lo había indicado que así sucedería durante la última cena –respondió Pedro.

- Precisamente, en base a ese anuncio previo, como fue en todo momento en los anuncios que Jesús indicara en el transcurso de su vida pública, todos proféticos como correspondía, es en lo que baso la defensa de mis patrocinados. Las Santas Escrituras y la palabra de Jesucristo respaldan absolutamente todos los hechos que ya estaban establecidos para que se diera la pasión y muerte de nuestro Salvador. Por todo ello quiero citar a un nuevo testigo, a mi Señor Jesús –precisó María.

- Previa consulta al testigo procederemos –dijo Gabriel.

Y a los pocos minutos, luego de consultarse a Jesús y con su venia, el Señor mismo se presentó como testigo.

- Con todo mi respeto mi Señor –prosiguió María Magdalena- agradezco su presencia para aclarar estas acusaciones.

- Es la voluntad del Padre y estoy aquí para ello –contestó Jesús.

- Dígame si es verdad que previamente se anunció que usted sería sacrificado, de acuerdo a la voluntad de Dios, para ser el cordero del mundo y que para tal fin uno de sus discípulos lo traicionaría.


- Es verdad.


- Asimismo usted profetizó las negaciones de Pedro como se escuchó anteriormente.


- Cierto es.


- Y que tanto Herodes, Anás, Caifás, Pilatos y Judas actuaron dentro de un esquema prefijado para que tuviera lugar el martirio vuestro.

- Estaba escrito.


- Por lo tanto al desconocer ellos su papel dentro de la pasión y muerte del Salvador al que no consideraban el mesías no podían tener una gran culpa –seguía interrogando María.


- Si bien es cierto que los primeros no estaban al tanto de la misión que me encomendó mi padre, no lo es en el caso de Judas quien sabía de mi propia boca cuál era mi misión y quién era yo.


- Ya ve Su Señoría –exclamó Pedro- el propio Señor culpa a Judas.

- Solo digo que el sabía –replicó Jesús- más Judas se arrepintió y su desesperación lo llevó a quitarse la vida.


- Está claro que es culpable por haberse quitado la vida que solo le compete esa decisión a Dios –dijo Pedro.

- Su Señoría, en aquella época el suicidio era considerado un acto de valor, pero en el caso de mi patrocinado , Judas Iscariote, una vez que se percató de su falta y arrepentido, entró en un momento de locura temporal que lo llevó al suicidio, por lo que al no estar en sus cabales se le debe eximir de responsabilidad.

- Pero vendió a nuestro señor –interrumpió Pedro.

- Apelo a la misericordia de Dios, mi Señor Jesús –habló María- quien siendo yo culpable y merecedora de ser apedreada, en su infinito amor me concedió el perdón y evitó mi condenación y muerte.


- Permítanme, –dijo Jesús- la situación de los acusados es delicada pero sabiendo de la misericordia divina hablaré con el Padre para solicitar clemencia para todos.


Ante esta circunstancia el Presidente de la Sala indicó un receso para obtener la respuesta al planteamiento de Jesús. En unos diez minutos retornó el testigo y dijo : “ Quiero manifestar a todos que la razón del sacrificio del Hijo del Hombre, Dios en la tierra, ha sido para redimir a la humanidad. Que los acusados cumplieron su rol de vida y que sus acciones fueron necesarias para que se cumpliera la palabra divina. Por lo tanto el Padre aconseja que el tribunal considere estos aspectos aunque estima que si bien cometieron pecado, y porque aún en ese tiempo no estaba en marcha la reconciliación no pudieron confesar sus faltas, y considerando la supresión del limbo, debieran tener la posibilidad de confirmar o no su arrepentimiento”.

Dicho esto Gabriel agradeció a Jesús su intervención y solicitó a los jueces que dieran su veredicto.


Luego de breve tiempo los jueces dieron a conocer su punto de vista y para ello se encargó a Juan XXIII que hiciera uso de la palabra:


- Su Señoría, nosotros consideramos que a los acusados se les debe dar una oportunidad para reflexionar sobre sus hechos. Para ello deberán permanecer en un lugar similar al limbo, hasta que sientan que están arrepentidos y soliciten la reconciliación. Por lo tanto serán o no condenados dependiendo de su propia decisión de aceptar su pecado y buscar el perdón de Dios. Luego podrán ir al Juicio Final.

- Gracias Su Santidad –dijo Gabriel- en vista de lo que ha deliberado y recomendado el jurado declaro que los acusados permanezcan, hasta el Juicio Final, en la Sala de Reflexión para prepararse para la Reconciliación y luego de ello serán o no condenados. Se levanta la sesión.


María Magdalena recibió una efusiva felicitación de sus patrocinados y el público asistente aplaudió a Jesús y a los jueces. San Pedro y el Arcángel Gabriel retornaron a sus funciones.


Fuente:

TIEMPO NUEVO


Addhemar Sierralta

Año 2 No. 68

Miami, 30 MAR 2010