domingo, 14 de marzo de 2010

LAS LEYES - POR TANKAR RAU-RAU AMARU

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LAS LEYES

Por: Tankar Rau-Rau Amaru

Veamos qué dice en su primer artículo la carta que regula la marcha de nuestra sociedad: “La defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad son el fin supremo de la sociedad y del Estado”.

Surge, entonces, la primera pregunta: ¿Defensa de la persona humana? Defensa, no debemos olvidar, es un término de la Civilización Industrial.

La segunda pregunta es: ¿Habrá persona “no humana”? No importa ahora el gazapo, pero esto nos ubica claramente en el contexto histórico (humanismo). Sin embargo, si lo leemos detenidamente, el resto del texto de la carta magna se contradice con el primer artículo (humanista), por cuanto dictamina que el centro del universo civilizatorio es el capital (“garantizar las inversiones”), donde la “persona humana” es el medio y no el fin. Y como el centro del universo es el capital, todos los poderes derivan de él y se someten a él. En consecuencia, aquí la “lucha” (término de la Civilización Industrial) es, primero, por el control del poder económico. El contrato social no lo dice, pero es como si dijera: “La defensa del capital es el fin supremo de la sociedad y del Estado, ¡y pobre del que se oponga a esto!”.

De otro lado, habría que preguntarse: ¿Las leyes sirven para algo en nuestro país? ¿Hay justicia?

Aquí les entrego el fragmento de una sátira de las leyes peruanas, extraída de uno de mis libros (Ojos de Rocío y otros cuentos, Arteidea 2009):

Un joven escritor kechwa va a la ciudad con el fin de conocer la fórmula que utilizan los doctores para solucionar los problemas.

—Doctor, tengo un serio problema. Quiero llegar al número veinte y no encuentro la forma.

-Ajá, amigo mío. Siéntese…

El abogado, un caballero de corbata ancha, se coge la barbilla y mira al visitante. «Llegar a veinte, qué extraño», piensa. No sabe que aquel joven es escritor porque no lo parece, pero bien puede ser un chistoso que le quiere tomar el pelo. Sin embargo, tiene apariencia de muchacho serio que le mira con confianza de amigo e ingenuidad de chiquillo. El abogado concluye que se trata de un campesino analfabeto interesado en saber de números. «Este muchacho debe ir urgente a la escuela, tiene que aprender a sumar», piensa. Pero, abogado como es, antes de enviarlo a las aulas, decide sacarle alguito.

—Bueno, amigo mío, es un caso difícil —dice el abogado—. Le va a costar dos mil soles, pago adelantado.

Al escritor le parece una suma elevada. Piensa un momento. Total, el objetivo es llegar a veinte. Cuenta los billetes.

—Le pagaré un poco más, doctor. Pero necesito la respuesta con urgencia.

—Soy especialista en resolver los casos más difíciles. Usted tomó una decisión inteligente al contratar mis servicios. No se arrepentirá…

Y se pone a explicar más o menos cómo será el proceso. Llegar al número veinte será como quitarle la casa al señor Veinte. Veamos: el señor Veinte tiene dos vecinos, el Diecinueve y el Veintiuno. Con el primero no se lleva bien porque éste, que es arribista, quiere ser Veinte y trata de entrar a su terreno. El Veintiuno es su amigo, aunque este número anda un tanto temeroso, cuidándose todo el tiempo para que Veinte no avance y ocupe su lugar. Ambos números, a su vez, tienen buenos aliados, el Dieciocho y el Veintidós, que son al mismo tiempo enemigos implacables.

—Tus amigos son tales, amigo mío, mientras no toques su territorio. Ésa es la verdad.

El doctor explica después, muy en serio, algunos pasos de lo que será su trabajo.

—No creas que será fácil, amigo mío —dice bajando la voz—. El Veinte se defenderá por todos los medios. La Ley Padre, ley de leyes, dice que tenemos que pedir la ayuda del Número Diecinueve, que tiene un aliado importante, el Diecisiete. Ambos son nuestros amigos naturales y serán útiles en esta pelea… Bueno, regrese. En una semana tendré la fórmula para llegar a Veinte.

El escritor sale de la oficina más confundido de lo que entró. Números amigos, números enemigos, fórmula, ley de leyes, una semana…

Se hunde en los bosques. Cabalga en pampas interminables. Pesca truchas plateadas. Nada en riachuelos. Cuando, una semana después, regresa a la oficina del doctor, aún no está seguro de empezar su relato.

El abogado le espera con buenos ánimos.

—Ya tenemos parte de la fórmula, amigo mío. Ley Cien Mil Doscientos, Ley Padre, ley de leyes, nos dice que tenemos que consultar con la Ley Hijo, Artículo Veintiocho. Este artículo nos sugiere que en nuestra lucha debemos servirnos de los números impares que son, en buena cuenta, enemigos naturales de los pares, porque andan en pareja y se pueden dividir en dos como los duraznos. Naturalmente, como suele ocurrir siempre, hay algunos amigos pares que colaborarán. Son el Seis y el Treinta… Así que el camino será el siguiente: nuestro punto de partida es el Tres. Le sumamos otros Tres y tenemos Seis. Al Seis le multiplicamos por Cinco y llegamos a Treinta. Ahora tenemos que dividir entre Tres y tenemos Diez. Usted me dirá por qué no sumamos Cinco más Cinco para llegar más rápido al número Diez, y sumamos Diez más Diez para llegar a Veinte. Mi respuesta es que necesitamos confundir a Veinte. Nuestro enemigo no debe saber que vamos hacia él en forma directa, derecho como por una calle recta, porque se pone a la defensiva y comienza a juntar aliados. Si saltamos a Treinta y regresamos a Diez pensará que estamos jugando a la aritmética. Una idea genial, ¿verdad? Claro que sí, amigo mío. Para ser abogado hay que ser artista, matemático, político, aunque algunos de mis colegas pierden el juicio sin estar locos… Bueno, sigamos. El número Diez no quiere colaborar, así que he decidido utilizar la Ley Nieto, un inciso, un pequeñín que andaba oculto por ahí. El Inciso g) dice que es posible sacar el número Diez del camino. Eliminado el número Diez, avanzamos en nuestro objetivo de llegar a Veinte. Pero aquí surge un problemita: si bien la Ley Nieto, el inciso, sirve para destruir un número, no nos sirve para avanzar. Déjame explicarte: si quitamos el Diez del camino, el Once baja a Diez, el Doce al Once, así sucesivamente, hasta que nuestro número, el Veinte, se convierte en Diecinueve, asunto tan complicado en que terminamos peleando contra otro número, en otro escenario, donde nuestros amigos, los que eran impares, se convierten en pares y terminan peleando contra nosotros, y nuestros enemigos, los que eran pares, andan perdidos y asustados porque el mundo se ha puesto al revés. ¡Los números también tienen vida, amigo mío!

—Así parece, doctor…

—Y como usted ve, con el Diez negándose a ser nuestro aliado, llegamos a un punto ciego. Aquí mi formación de abogado y mis habilidades negociadoras me aconsejan conciliar sí o sí con el Diez. Necesitamos pagarle algo…

—Cuánto, doctor…

—Mil soles…

—Aquí tiene, doctor…

El abogado piensa que el campesino iletrado tiene mucho ganado, quizás mil, quizás más…

—En una semana tendremos novedades, amigo mío. ¡Piense usted en el resultado, en llegar a veinte! Ah, no se vaya todavía. En vista de que el caso se ha complicado, usted tiene que aumentarme algo…

—Cuánto, doctor…

—Por ser mi amigo, que sea mil.

El escritor sale aturdido por fórmula tan compleja, tropieza en la puerta con una anciana que camina con bastón (tiene la forma de Cinco) y piensa que se ha metido en un lío de números que, ahora acaba de entenderlo, tiene para rato.

El escritor regresa a la oficina del abogado en la fecha señalada. Le surgen algunas ideas para comenzar su relato.

—Pase amigo mío, tome asiento. Hay noticias. ¡El caso está a punto de originar una conflagración mundial! El Cinco se ha juntado con el Cero en un matrimonio por conveniencia y se ha convertido en Cincuenta, que es un número par y por tanto nuestro enemigo. El Diez, al que pagamos, convive con dos Unos y es, ahora, Mil Once. No sólo eso. La guerra de los números se ha trasladado a otro escenario. La Ley Padre, ley de leyes, se enfrenta con la Ley Hijo, que a su vez le ha declarado la guerra a muerte a la Ley Nieto. De modo que la pelea se realiza en dos frentes. Aquí las leyes a punto de quebrar el orden universal, cada quien con la ayuda de otras leyes, y allá los números pares contra los impares, alineados como comandos, formando alianzas y preparando armas. ¡Ojalá que la sangre no llegue al río!

El doctor lanza nuevas fórmulas.

—¡Amigo mío, en cinco días tendremos ganada la pelea si el enemigo no sale con una nueva estratagema!

Se emociona el doctor, abre libros voluminosos, recita Artículos enteros. Y se queda ideando mil caminos para llegar a Veinte. Mientras tanto, el escritor sale de la oficina pensando que esta noche en sueños será un Napoleón mandando a cinco millones de números uniformados de verde.

El escritor pasa los días estudiando la forma de llenar esas páginas vacías que tiene delante. Regresa donde el abogado a los cinco días.

—¡Hemos ganado, amigo mío! —exclama el doctor—. Después de la confusión, viene el orden. Sólo que hay un detalle: el juez es amigo de Veinte, cosa que está fuera de nuestro alcance… Salvo que le paguemos una suma importante…

El escritor se lleva las manos a los bolsillos. No encuentra nada. Semana a semana ha dejado en el escritorio del abogado todo el dinero con que contaba.

—Ya no tengo nada, doctor…

—Pero tienes que pagar, amigo mío. Ahora tienes que defenderte. Porque las leyes y los números saldrán a atacarte. Querrán cobrarte por daños y perjuicios. ¡Ahora serán ellos los que quieran partirte en veinte!

El escritor siente en la boca el olor nauseabundo del Dos. Sale de la oficina y se va de la ciudad. Acaba de entender que en su país las leyes fueron preparadas para ponerle cabes a la marcha del mundo, para aturdir la razón. Vuelve a la choza de su padre, a las colinas andinas. El padre cultiva la tierra, cuida las ovejas.

—La cosa es simple, hijo mío —le dice él—. Cuando quieras solucionar un problema, por más grave que sea, acude a las operaciones más sencillas. ¿Quieres llegar a veinte? Suma diez más diez, eso es todo.

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