jueves, 18 de febrero de 2010

PADRE FERNANDO ROJAS MOREY: UN EJEMPLO DE VIDA - PLAN LECTOR - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

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INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA, INLEC DEL PERÚ

CAPULÍ VALLEJO Y SU TIERRA



UN EJEMPLO DE VIDA

UNA PETICIÓN TAN SIMPLE Y SENTIDA

1.

Hace algunas semanas el Arzobispado de
Trujillo hizo oídos sordos al reclamo de la comunidad católica de Chepén, pidiendo que el Padre Fernando Rojas Morey, prosiguiera la extraordinaria obra que venía realizando desde hace 47 años; y continúe a su vez con el ejemplo de vida que él por sí mismo imparte como pastor de su feligresía. No se atendió una petición tan simple y bien concebida, buena para la iglesia, y de sentido común en todo buen gobierno del mundo.

El nuevo párroco de Chepén, Julio Mogollón Llauce, ha disuelto el Consejo Pastoral, ha dispuesto la reorganización de la parroquia, hace cambios como si lo anterior hubiera estado mal y declara que todo lo que se venía haciendo se acabó. ¿Esto es razonable? Cuando se le pregunta qué va ha hacer después de estas medidas declara que no sabe. ¿Esta es una persona sensata y responsable?
2.

Lo único que ha hecho hasta ahora es destruir. Y cuando se le pregunta por qué lo hace, responde: porque es el nuevo párroco. Ya hemos padecido mucho por actitudes como esta, de quienes sufren el “Complejo de Adán”, que causan tanto daño, desorganización y miseria: destruyendo todo lo precedente, solo porque no es mío o yo no lo hice.
Y lo otro que hace el nuevo párroco es criticar y obscurecer, diciendo por ejemplo, que en Chepén ha ocurrido “fuga de católicos hacia otras religiones”. ¿Dónde no? El periodismo irritado le interroga si desde el 22 de diciembre, que asumió sus funciones, ha aumentado el número de católicos, aludiendo a que la iglesia ahora recién se la ve vacía.

3.


Ha utilizado el sermón de la misa del 31 de enero para denunciar que el padre Fernando Rojas está prohibido de decir la misa en la capilla de Villa Leticia de Chepén, en donde se dedica a formar niños y jóvenes. Y es que allí sí se colman los devotos para escuchar la santa misa. Y declara textualmente: “Todo el trabajo que él hizo llegó a su fin”. ¿Qué es esto? Las obras se mantienen, aprecian y valoran.

Sea humilde, señor. Y aprenda a respetar. El cargo y el poder son efímeros y lo mejor es emplearlo en servir, alentar y construir esperanza. No sabemos qué intenciones lo animen, porque ha declarado que no sabe lo que hará. En Chepén se ha edificado mucho y las instituciones creadas por gestión de don Fernando Rojas Morey son vigorosas y pujantes.

Pero la obra tangible del Padre Rojas, con ser grande, no se iguala a la fundada en el alma y el corazón de la gente, hecho que no se circunscribe a un lugar, sino que se riega por el mundo. Él formó mi corazón para no ocuparme del mal sino del bien. Y estas páginas sean mi conmovida adhesión y siempre mi reverente y trémulo homenaje.


PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA

PADRE ROJAS, USTED FORMÓ MI CORAZÓN


Por: Danilo Sánchez Lihón

«Martirio fue de amor triunfo glorioso».
Francisco de la Torre
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1. La luz del sol
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Conocí al Padre Fernando Rojas Morey cuando yo era un niño, de allí que al pensar en él yo me encuentre con toda mi infancia y adolescencia, estremecidas y colmadas de éxtasis, pasadas en Santiago de Chuco.

Sucedía que en aquella época, todos los chiquillos de mi edad y de mi pueblo le teníamos un terror estremecedor a la iglesia por ser un lugar lóbrego, solemne e incomprensible.

En nuestra percepción era sitio de castigo y de arrepentimiento que turbaba el alma y la sumía en ritos de expiación, mientras afuera estallaba la luz luminosa del sol.

Contiguo a la iglesia se alzaba inmenso El Convento de alta techumbre, ventanales rígidos y paredes vetustas, para nosotros lugar hosco e inasequible.
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2. Podía ser
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El Convento ocupaba y ocupa el terreno más céntrico de la ciudad, colindante con la alameda que se abriera en homenaje a los ciudadanos integrantes del Batallón Libres de Santiago de Chuco que pelearon con denuedo en la Batalla de Huamachuco, el 10 de julio del año 1881, la mayoría compuesta de hombres del campo, de donde ha provenido siempre la cuota de valor y heroísmo en defensa de la patria.

El Convento era un lugar contiguo a la iglesia, igualmente misterioso y terrible para nosotros, porque eran los predios del sacerdote Gerardo Rebaza, personaje severo, lacónico y taciturno, quien por largos lustros y décadas fue el párroco de la diócesis.

Cuando nos atrevíamos a mirar hacia adentro de aquel lugar por las rendijas de la puerta, una sombra esperpéntica nos espantaba.

Podría ser la luz, podría ser la claridad y hasta el bien o la verdad, pero por la severidad de la cual estaba todo investido nos llenaba de pánico.

¡Y corríamos huyendo en estampida!
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3. Nuestra vida
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Sin embargo, la puerta siempre cerrada tenía unos vidrios en cuadriláteros, de todos los colores: rojo, azul, verde, amarillo, por los cuales nos encantaba mirar porque trastocaban en colores la luz del sol.

Acercarse a mirar por ellos hacia adentro, a través de esos cristales, los huertos crecidos de yerbajos, era una osadía de la cual salíamos corriendo si escuchábamos algunos pasos hasta no parar sino en la esquina del Chorro de Pichi Paccha.

Pero allí había otro temor: cual era que saliera con un palo en la mano y su cofia en la cabeza, una señora lunática y neurasténica, aunque de mucha estirpe, blanca y alta, que habitaba solitaria una hermosa casona en aquel lugar: «La loca Eva».

Como verán nuestra vida en casi todo era: ¡tener miedo! Miedo hasta de Dios.
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4. La luz verdinegra
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Ese amplio terreno de El Convento situado en el mismo centro de la ciudad, era utilizado como chacra por el cura Gerardo Rebaza, perpetuado allí desde décadas atrás como vicario de la ciudad.

Se sembraba en ese predio maíz, trigo, habas, arvejas, chiclayos, verduras y hortalizas, es decir, el pan llevar del mes o la semana para la cocina de la casa parroquial.

Desde afuera se veía la protuberancia de los choclos pletóricos sujetos a sus tallos y la luz verdinegra de plantas de todo matiz.

Era, ni más ni menos, que su propiedad privada, en donde crecían en desorden plantas silvestres enmarañadas en contra de la pared.

Casi nadie entraba allí ni había alma que se atreviera.

Nadie que cuestionara que la parroquia es del pueblo y de su feligresía.
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5. ¡Un milagro!
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Era una realidad que se aceptaba como tal. A lo más se veían pasar unas sombras hieráticas y hoscas que deambulaban por el interior de sus corredores.

Incluso por afuera, por la vereda de ese sitio había que pasar callados y serios.

En torno a ese lugar no estaba permitido ni correr, ni hablar fuerte, ni mucho menos reír como solemos hacer los niños.

Así transcurrieron los años en los cuales nuestro acercamiento y relación con la iglesia era distante, opresivo, lleno de angustias y temores.

Hasta un día extraordinario en que ese lugar misterioso y oscuro –después de décadas y siglos en que estaba clausurado, aún más para los niños– amaneció ¡con las puertas abiertas de par en par!

¡Oh, Dios! Había ocurrido un milagro.
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6. Detenidos en el umbral
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¡Increíble! Adentro, enfiladas en los bordes de lo que era la chacra de maíz, que aún estaban en pie, había mesas de juego dispuestas y arregladas para que los niños y los jóvenes hiciéramos uso de ellas.

¡No creíamos lo que nuestros ojos veían! ¿Qué había ocurrido? ¡Algo extraordinario! Una asonada. Una revuelta, una revolución.

Esta vez nos acercamos paso a paso, de manera sigilosa y asustada, como si fuéramos a cazar un duende. O nos ofreciéramos como presa de alguno de ellos, avanzábamos sujetándonos de las paredes

Largo rato, estuvimos detenidos por nuestro propio asombro en el umbral y, de repente, un sacerdote joven nos produjo un sobresalto, hablándonos de esta manera:

– Pasen. ¡Este lugar es de ustedes!
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7. Nunca antes
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La verdad es que nos asustó. Y aún no creíamos. Pero cambió nuestra actitud al notar en él una sonrisa franca y afectiva.

Cogiéndonos del brazo nos animó a pasar a las mesas dispuestas.

Y después a las habitaciones que quedan hacia los costados del pasadizo de ingreso, a donde nunca habíamos entrado antes y en el que encontramos bien ordenados libros y otros juegos de mesa.

Todos los modelos de los juegos eran extraños, lo que atraía más nuestra curiosidad. Nos invitó galletas y aguas gaseosas –lo que para nosotros era un encanto– y nos animó a aprender a manejar las piezas que estaban allí extendidas.

Todo ello, al parecer, para darnos mayor confianza.
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8. De la noche a la mañana
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Mientras tanto él serruchaba unas tablas, remangadas las mangas de la camisa y enfundadas dentro de las medias las bastas del pantalón negro, lo que también era insólito que un sacerdote hiciera esto.

¡Había ocurrido un milagro!

Había llegado un sacerdote joven, delgado, con la figura de un heraldo, de mirada transparente –esa mirada de los seres inspirados– ¡bello! y con una sonrisa perenne en los labios.

Era ¡tal y cómo a nosotros nos gustaba que fuera la gente!

Y todo lo había previsto como para que entráramos.

¡De la noche a la mañana todo era para nosotros!
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9. Cualquier travesura
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Que, en verdad, recién nos dimos cuenta que antes no teníamos nada, ni sitios dónde jugar.

Que nos andaban botando de las salas de nuestras casas, donde siempre rompíamos algo. Y nos corrían de los patios, porque allí hacíamos bulla o cualquier travesura.

Nos rezongaban en las calles donde molestábamos con la pelota.

Y hasta de los campos nos arrojaban, porque quebrábamos las espigas del trigo, del maíz o de la cebada.

¡Ahora teníamos un lugar donde jugar, para que nos sintiéramos allí libres, cómodos y felices.

¡Y hasta para allí vivir nosotros si lo quisiéramos!
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10. Nos amaba tal como éramos
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Como todavía era temprano, ante los rostros sorprendidos de los niños, lo que hizo el Padre Rojas fue sacar una pelota y la tiró hacia la chacra de maíz, diciéndonos:

– ¡Jueguen!

Aún entre los tallos secos de los maíces y entre los surcos disparejos de la chacra, anotamos goles en arcos imaginarios.

Pero luego improvisamos parantes y travesaños de las mismas cañas, e hicimos arcos y jugamos hasta dejar el terreno casi plano.

Y allí estuvimos entretenidos, tanto, que casi nos olvidamos de llegar a nuestras casas, donde nos esperaba algún resondro por la demora.

Pero sabíamos al dormir esa noche que ya existía para nosotros un lugar en el universo.

Y, sobre todo, el corazón de un amigo que nos amaba entrañablemente, y tal como éramos.
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11. Día memorable
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Por eso, fue un cambio exorbitante para nuestras vidas de niños y muchachos encontrar un día abierta esa puerta y limpio el corredor para que nosotros pasáramos.

Y, adentro, juegos, que era como dejar expuesta la miel en donde pronto abundarían los abejorros que éramos nosotros.

Al despedirnos aquel día memorable en nuestras vidas, el padre no dijo que se llamaba Fernando Rojas Morey, nos invitó a seguir visitando la parroquia cada vez que tuviéramos tiempo que, a decir verdad, era lo que más teníamos en ese entonces, para que ahora nos haga tanta falta.

Al día siguiente por la tarde, llevamos a otros amigos. Y así, poco a poco, empezamos a frecuentar el Convento terrible de antaño.
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12. Ocurrió así
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Y pronto fundamos la asociación de Los corazones Valientes.

Y otra de mayores: la Acción Católica, con la orientación del joven sacerdote.

Ambas bajo el modelo que él nos expuso que ya existía en otros lugares del mundo.

Es más, el Padre Fernando en la misa invitó a las madres para que avisaran a sus hijos que en vez de estar por las esquinas u otros lugares vinieran al Convento.

Expuso que allí se iban a organizar talleres y realizar muchas actividades artísticas y culturales.

Que allí todo niño y joven estarían seguros, protegidos y dando curso a su propia autoformación.

Los padres mismos podrían venir para dar concreción a propuestas en bien de la comunidad.

Esto ocurrió así y fueron muchos los adultos que encontraron allí un lugar en el cual interactuar
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13. Su estela de luz y valor
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Días después, entre todos los chiquillos iniciamos el aparejamiento definitivo del terreno, y tiempo después hicimos una losa deportiva de cemento, con gradería y tribunas en donde se iniciaron competencias de equipos de niños y jóvenes.

Estas lides producían mucho entusiasmo y fervor entre nosotros y la ciudadanía que asistía a contemplarlas, que al parecer, igual que a nosotros por primera vez se le abrían los portones de aquella casa.

Pronto, el Padre Fernando Rojas se convirtió naturalmente, en nuestro amigo, en nuestro hermano mayor y en nuestro segundo padre.

Desde entonces, fue parte esencial de nosotros mismos. Y a algunos de nosotros, con su presencia inestimable, y a otros con su estela de luz y valor, nos acompaña siempre.

Él dice en su libro de poemas:

«Trabajo para los hijos
que la vida me prestó;
son del mar y las estrellas...,»
14. Nuestros ojos asombrados
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Ese sacerdote era un atleta, capaz de hacer proezas que nunca habíamos visto hacer, sometiendo su cuerpo espigado y firme y de una fibra muy bien templada, a rigores y exigencias tremendas.

Cuando hacía ejercicios en la barra, giraba como un molinete. Y si lo quería se quedaba quieto y en vertical parado de manos en el fierro horizontal de la barra.

Y en esa prueba se tensaba y empinaba a lo alto, tanto, que parecía una flecha apuntándole al sol, a las estrellas o al firmamento. Pero más al porvenir hacia donde él proyectaba nuestras vidas.

Esa gimnasia la hacía al amanecer y nosotros teníamos que madrugar para contemplarlo.

Que fuera el sacerdote y que ningún deportista del lugar pudiera hacer lo que veíamos con nuestros ojos asombrados, era rompernos esquemas.
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15. Como acero
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Esquemas y convencionalismos que se tenía por centurias, anquilosados, uno de los cuales era que los sacerdotes eran ajenos al ejercicio que templa el cuerpo y el carácter.

Y la verdad es que nos rompía escuadras y cartabones a cada momento y en todo sentido en la afirmación de valores supremos.

Pero además, aquella condición de ser un manantial, de pureza cristalina, lo hacía vibrante ante nuestros ojos.

Y un hecho que se ve en él muy claro y muy diáfano, y que reconforta mucho al alma constatarlo, es el esfuerzo que cuesta conseguir cada logro.

Él mismo transparenta el fragor de la lucha que libra, la tensión que hace por elevarse, la proeza que significa alzarse sobre todo lo que puede ser flaquezas o miserias.

Se le ve templado como el acero más firme o más recio. Como el arco que va a disparar flechas certeras. Todo fibra, todo valor, todo alma.
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16. Pruebas de vida y muerte
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En él se ve al espíritu como una fuente de agua clara y viva que deja trasparentar los pedruscos que espejean en su fondo.

De manos en la barra y en vertical hacia arriba, los pies enhiestos hacia las estrellas, como una lanza en ristre, con el esfuerzo hinchando sus venas por sostenerse todo el tiempo que quisiera, era como si sus pies se hundieran ya no en la tierra, sino en el cielo.

¿Dónde habíamos visto proeza semejante? ¡Nunca! ¿Cuál de los muchachos de la comarca podían hacer tales hazañas? ¡Ninguno! Nuestros ídolos en el deporte de la provincia, eran muy buenos, pero no podían hacer jamás semejantes pruebas de vida y muerte. Nadie. Él sí.

Así como en el altar, tan arrobado como en la misa, era haciendo barras, subido en los dos maderos y el travesaño de fierro que él mismo había mandado hacer y colocar en El Convento.
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17. Alfil y espada, clarín y espiga
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El travesaño estaba a tanta altura que ninguno de nosotros podíamos alcanzar a subir. Teníamos que trepar por la madera y otro sostenernos de los pies.

Pero pronto pusimos allí una pequeña escalera para alcanzar. Y todos los niños y muchachos pasábamos horas de horas tratando de imitarlo.

También solía hacerlos por la tarde.

Cuando él salía para hacer sus ejercicios –que ya calculábamos a qué hora podía ser–, nos congregábamos cantidad de compañeros para verlo evolucionar, cenceño y ágil, alfil y espada, clarín y espiga.

Ahora, al verle sus manos, dan testimonio de esa clase de tensión a que él se sometía y aún se somete.
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18. Genuino y virtuoso
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Fue el referente que necesitábamos para saber que se podía ser puro y a la vez fuertes, que se puede ser valeroso y a la vez diáfano, que se puede ser inocentes y a la vez comprenderlo todo.

Era el ejemplo para anteponer ante tantos crápulas y vulgares, que son los que hablan a los niños en las esquinas y respecto a lo más íntimo y sagrado.

Con él, supimos que había otra clase de hombres o de seres: los espirituales, sin que ello sea páramo, sombra ni oscuridad.

Que no se tenía que ser inescrupuloso para ser varoniles y recios.

Que no teníamos que hacernos necesariamente sucios ni llenarnos de miasmas, para ser hombres cabales.

Su presencia constituyó un ejemplo tangible de que se puede ser genuino y virtuoso, candoroso y valiente, inocente y firme.

Es el paradigma más persuasivo que yo he tenido de lo que es ser heroicos, siguiendo la senda que marcaba él, de ascetismo, de renuncia, de seriedad, de moral incorruptible y de belleza espiritual absolutas.
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19. Sus pies rozaban las nubes
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Además, él no predicaba, no era cucufato. No imponía ritos ni formalidades. En eso era escueto y libre. Creía que bastaba con ser auténticamente niños para estar ya en el reino de Dios.

De él viene en mí ese aprecio, admiración y consideración terminante a lo que es valorar la infancia y ser combatiente.

Los ejemplos de los jóvenes mayores de mi generación era hacerse infames.

Tuvo que llegar él para tener otro referente, un modelo convincente por la senda del bien y hasta de lo sublime. Pero, además, con la entereza, con la brillantez y la hombría que él lucía.

Sus pies al hacer las barras, apuntando al cielo azulino, nos parecía que rozaban las nubes blancas, que las hacían pasar más rápidas. Aquella tensión suprema puesta en atrapar lo valioso y trascendente, es la imagen más imborrable que tengo yo en mi memoria, en mi mente y en mi alma.
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20. Enamorado de lo divino
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¿Qué es lo que yo finalmente más admiré y admiro en el Padre Fernando Rojas?

La fascinación por lo divino, y el enamoramiento por todo lo que es moral, que corrige lo oscuro del hombre. Y el amor que enmienda lo salvaje de la moral.

Él no es un predicador de normas o cánones. Los ritos los asume personalmente, pero no los impone y no los predica.

Porque es difícil deambular como un ser cotidiano y aspirar a todo lo puro. E ir detrás de todo lo santo.

Que por ser así ya no es ir detrás sino adelante.

El está, lo estuvo siempre, enamorado de todo lo que es celestial. Y en eso se lo siente como si hubiera nacido para ello. Pero a la vez se lo constata hacer un esfuerzo supremo que lo renueva cada día.

Es un apasionado de todo lo que estuviera, desde el lado humano, más cerca de Dios.
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21. La fuerza de la verdad
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Pero un rasgo mayor: elige la alegría interna, la fortaleza sosegada, la limpidez imposibles de herir, ni siquiera de aprisionar, mucho menos de mancillar y en absoluto de vencer: ni con armas, ni con improperios, ni con combas, ni palas mecánicas.

¿De dónde recibe la claridad para actuar de manera tan natural y a la vez para ser tan absoluto? Solo de Dios.

Solo Dios puede permitir a alguien ser tan puro y bello, tan sacrificado y tajante, al punto de ser pura luz.

Y representar ante nuestros ojos admirados la fuerza de la verdad y los principios acrisolados.

Y Dios se expresa más en lo natural y sencillo, en lo humilde y en los pobres. Que es aquello que don Fernando elige en la vida.
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22. Ya estuvo en el Paraíso
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Es él perteneciente a un mundo límpido y cristalino: ámbito de guerreros y luchadores, de titanes de nobleza y raigambres sin par.

En él veíamos y vemos ahora la faz de lo que es un ser auténtico, sin tachaduras ni dobleces; sin tapujos ni reticencias.

Él es para nosotros: verdad en todo.

Se transparenta en sus actos que él es un heraldo del cielo, que es alguien que ya estuvo en el Paraíso. Por lo menos sus raíces ya estaban desde antes allí.

Y que ha venido a estar aquí para cumplir una misión con nosotros en nombre de Cristo, su Señor y Dios, su bastión.

Y, a través de él, se derrame alguna misericordia hacia nosotros.
Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente
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Entrada editada por Armando Alvarado Balarezo (Nalo)