miércoles, 16 de septiembre de 2009

HUARAZ - EL GRITO PÉTREO DE LA CÚPULA - POR L. ROBLES

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EL GRITO PÉTREO DE LA CÚPULA
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Por: L. Robles
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Se suele decir que cada época interpreta una misma imagen de manera distinta. De acuerdo a esta afirmación debemos convenir que esta fotografía de la cúpula de la catedral de Huaraz, captada en un momento de su demolición, nos obliga a hacer una nueva interpretación del lado más doloroso de la tragedia colectiva que nos tocó vivir a los huaracinos el 31 de mayo del aciago año de 1970.

Tristísima y al mismo tiempo indignante la imagen de la cúpula abatida, medio hundida en la polvorienta pampa en que fue convertida la ciudad. Pero es también la imagen de la resistencia, del grito mudo emergiendo de la piedra milenaria como dirigiéndose a sus verdugos: “A pesar de todo no van a lograr derrotarme…”. Los militares verdugos, rearmados con sus mil sin razones y sabiéndose amparados por la impunidad, regresaron en la oscuridad de la noche para liquidar el último vestigio de la catedral en un auténtico crimen cultural-religioso.

Tal vez en aquellos días la escena no fuera para la población tan dolorosa a causa del generalizado estado de shock en que se hallaba con tanta tragedia y muerte a su alrededor, pero hoy la fuerza de esa imagen derrotada nos golpea en el punto más sensible de nuestra memoria colectiva.

Imagen dolorosa por tratarse de un emblemático símbolo de tradición e historia, además de su hondo significado religioso. A Huaraz se le mutiló el pasado al dinamitar su catedral; y lo más grave, se le privó de su principal símbolo de identidad y cohesión social.

No es posible hallar razones para responder al por qué de tal ensañamiento. Había perdido sus dos torres por efecto del cataclismo, pero según testigos la nave en sí y la cúpula quedaron apenas dañadas, y ambas, una vez restauradas, habrían podido preservarse como metáfora de la pervivencia humana en este entorno de belleza y peligro que es el Callejón de Huaylas. El falaz argumento de que ni siquiera estaba terminada es irrelevante, pues hay en el mundo numerosos ejemplos de catedrales que tardaron siglos en concluirse.

A la destrucción venida de las fuerzas de la Naturaleza, se añadió la destrucción venida de la mano de los militares golpistas que entonces ostentaban el poder absoluto en el país. “Nos están ‘terremoteando’ por segunda vez”, se decían con humor negro los huaracinos sobrevivientes cuando las palas mecánicas lo arrasaban todo en la llamada remoción de escombros.

El Gobierno había pagado 11 millones de soles (250 mil dólares de la época) a empresas contratistas para que se encargaran del desescombro por metros cúbicos, y esa fue la razón por la cual los contratistas eran renuentes a permitir salvar un muro, una viga, un ladrillo. Sólo se dejaron en pie unos pocos inmuebles no muy afectados por la valerosa oposición de sus propietarios.

Llegaron a la ciudad herida funcionarios militares y civiles en principio para prestar auxilio y poner orden al caos surgido tras la catástrofe, pero repletos de prejuicios e hinchados de soberbia. Adoptaron desdeñosas actitudes de desprecio ante cualquier opinión venida de los que habían sobrevivido a la más terrible catástrofe natural de que tenía noticia el mundo en los últimos siglos. Se comportaron como nuevos amos e iban a llevar a cabo su propio proyecto de reconstrucción cuyo resultado podemos ver hoy, una ciudad caótica, llena de carencias de todo tipo y con el más absurdo trazado urbano del mundo.

Para el Gobierno Militar Revolucionario, representado en Huaraz en la etapa inicial por CRYRZA (Comisión para la Reconstrucción y Rehabilitación de la Zona Afectada), los damnificados eran una masa de herméticos y desconfiados serranos a quienes no había por qué consultar nada. No entenderían que de aquellos escombros emergería la edificación de la nueva sociedad igualitaria que el gobierno militar quería para el país entero. Y el terremoto les brindó en bandeja la oportunidad de llevar a cabo ese sueño loco, y el valle destruido se convirtió en su banco de pruebas. Paralela a la aplicación de la Reforma Agraria que cambió el rostro del Perú para siempre, en Huaraz anularon todos los títulos de propiedad urbana inconstitucionalmente. ¿Cómo recurrir contra esa medida inconstitucional si el Gobierno Militar Revolucionario en sí mismo era inconstitucional?

Y en la construcción de la nueva sociedad igualitaria, ¿qué tenía que ver la catedral? ¿Era preciso destruirla? Se sabe que uno de los militares de alto rango de CRYRZA, de apellido Weston, e irónicamente originario de Huaraz, fue quien recibió órdenes de sus superiores para llevar a cabo su voladura, y ésta se hizo con alevosía, nocturnidad y ventaja. Por desgracia jamás se podrá conocer las razones que impulsaron a la jefatura de esa institución para embarcarse en tan descabellada acción.

El sueño de la instauración de una nueva sociedad ni comunista ni capitalista proyectado por el Gobierno Militar Revolucionario finalmente quedaría devorado por sus propias contradicciones, y como la Historia lo registra, en un callejón sin salida. En Huaraz heredamos parte de ese irrisorio sueño roto y cuyas consecuencias sufrimos en la actualidad en forma de infinidad de cosas que quedaron a medio hacer.

Toda esta larga reflexión es un intento por recordar el pasado inmediato de la ciudad de Huaraz, una oportunidad para poner en antecedentes a sus nuevos moradores venidos de todas partes del país y poder enfrentar con argumentos cualquier otro intento megalómano en el futuro de parte de autoridades con mentes fuera de la realidad, o centradas en sus propios y particulares intereses.

Y tal parece que estamos ante una amenaza de la misma catadura. Se trata del proyecto de construcción de un nuevo hospital en la ciudad, para lo cual su promotor, el Gobierno Regional, incluye la insoslayable demolición del actual Hospital Víctor Ramos Guardia. Este hospital fue uno de los pocos edificios que resistieron relativamente bien el embate destructor del terremoto de 1970, y salvó innumerables vidas aquel domingo 31 de mayo gracias a que era un hospital nuevo y bien equipado para la época. Allí se batieron hasta límites heroicos el doctor Víctor Ramos Guardia y su diezmado equipo de auxiliares para curar a la ingente cantidad de heridos que durante días no cesaron de llegar, y para rescatar de la desesperación a centenares de hombres y mujeres que acudían al hospital en búsqueda de hijos, padres, hermanos, o amigos.

“Aunque el edificio se venga abajo no me iré de aquí”, gritaba el doctor Ramos Guardia por los pasillos para que lo oyeran los heridos y para darse ánimo él mismo. En aquellos fatídicos días este médico humanista no abandonaría el hospital porque sabía que psicológicamente su presencia ayudaba a soportar el pavor que en los sobrevivientes provocaban las réplicas. Se obligó a permanecer en el lugar donde su deber le imponía estar y casi al borde de la extenuación física total, sin alimentos, sin casi dormir, y con todas las carencias imaginables en una tragedia de dimensión descomunal. “Si nos quedamos sin agua estamos perdidos”, se le oyó decir al verificar que las cañerías del hospital habían reventado. Y tuvo la entereza de enviar a voluntarios para excavar los antiguos puquios y evitar así una epidemia que habría desencadenado una tragedia aún mayor.

Este hospital que lleva su nombre es por eso un símbolo del destino trágico de la ciudad de Huaraz, que solo en el siglo XX ha sobrevivido a dos grandes desastres naturales. Su arquitectura forma parte de esa memoria y no existe ninguna razón para proceder a su demolición, y menos que se haga en aras de un concepto errado de progreso y modernidad. Proyecto que se ha puesto en marcha subrepticiamente y no habiendo sido expuesto a la opinión de la ciudadanía no se sabe por qué ocultas razones. Esta es una duda que el Presidente Regional está obligado a despejar en beneficio de su propia reputación y porque lo demanda la población haciendo uso de un derecho legítimo dentro de una democracia representativa.

Nadie puede negar que Huaraz necesita un nuevo hospital. Nadie puede oponerse a esa evidente demanda. Pero debe ser construido en otro lugar y en un emplazamiento mayor que dé cabida a instalaciones dotadas de equipamiento moderno para afrontar la atención sanitaria que solicita la alta densidad demográfica actual. El Hospital Víctor Ramos Guardia, creado para una población de no más de 30 mil habitantes, ha quedado desde luego superado por la realidad de una población que sextuplica fácilmente esa cifra. El edificio del actual Hospital Ramos Guardia debe ser liberado de esta carga y se debe proceder a su remodelación inmediata y ser dedicado en exclusiva a alguna rama especializada, como por ejemplo la atención materno-infantil, u otra cualquiera.

Seamos serios por una vez. Nuestra realidad económica no está para dispendios absurdos, no somos un país rico, y aunque lo fuéramos, se impone la sensatez y el buen gobierno. Los edificios no son solo materia inerte y fría; son patrimonio arquitectónico y parte de la memoria histórica de una ciudad, herencia inalienable de quienes nos antecedieron. En ninguna ciudad, en ningún país se destruyeran edificios con historia cada vez que se necesita uno más grande y moderno, y menos cuando existe la inobjetable opción de remodelarlos.

Además, siembra alarma que la autoridad regional embarcada en el proyecto pretenda dejar a la ciudad sin hospital durante el tiempo que dure la construcción del nuevo edificio. Cualquier proyecto en principio toma más años de los previstos, forma parte de nuestra idiosincrasia, son así las cosas en la práctica. Los proyectos empiezan pero jamás se terminan en los plazos acordados. Los ejemplos están a la vista.

El Gobierno Regional ha hecho saber que no se interrumpirá la atención sanitaria y que ésta proseguirá en unos módulos de campaña con equipamiento adecuado para continuar los servicios que presta el Hospital Ramos Guardia. Si este hospital no da ya abasto, menos lo darán los módulos en estado de provisionalidad. Esta decisión constituye una enorme grosería, y por ende inaceptable por personas con mínima sensatez.

No debiera ser necesario recordar que el mundo entero se halla bajo la amenaza de la pandemia de la llamada Nueva Gripe A, extendida por el virus A1N1. Se va a poner en peligro la vida de miles de personas al ignorar de manera consciente los protocolos dictados por la Organización Mundial de la Salud, cuyas recomendaciones están dirigidas a todos los países para que mantengan en alerta los hospitales, con salas especiales destinadas a las personas infectadas con el fin de aislar el contagio. Tampoco se ha tenido en cuenta que estamos a las puertas de la temporada de lluvias, lo que significa que la población urbana y la población rural estarán aún más vulnerables.

Ante este despropósito no vale encerrarnos a rumiar nuestra indignación en privado, ni el aspaviento de despotricar entre amigos en contra de este descabellado proyecto. Hay que ponerse en marcha de manera práctica y desterrar para siempre la nefasta tradición enquistada en nuestras autoridades políticas al frente de las instituciones, el ordeno y mando, la ocultación de sus verdaderas y espurias intenciones. En una democracia representativa tenemos el deber moral de relevar a los incompetentes, a aquellas autoridades que llegan a los cargos con la finalidad de servirse así mismos y no a la colectividad que los ha elegido.

Si en el año de 1970 los huaracinos ni siquiera pudieron opinar sobre el destino que se estaba diseñando para la ciudad, dado que el Gobierno Militar Revolucionario había liquidado las libertades ciudadanas, hoy vivimos bajo régimen democrático y de libertades que garantizan la de opinión y la libertad de oponerse a lo que nos parece un atentado a la razón, a una insensatez inaceptable como es la demolición del Hospital Víctor Ramos Guardia. Hay que abandonar el fatalismo del descontrol, la murmuración inoperante, la protesta en voz baja. Hay que salir a las calles, gritar nuestra desaprobación ante este flagrante atentado a la dignidad de nuestro patrimonio histórico.

L. Robles
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Fuente:
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Revista HOyC
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Sección: Nosotros Opinamos
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Carlos Ramírez Cuentas
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