martes, 3 de febrero de 2009

"LUIS BANDOLERO LUIS" EN NUEVA YORK - WALTER VENTOSILLA Y SU LIBRO



y
Por Walter Ventosilla
Y
Aquella vez mi abuelo me dijo que, a su vez, su abuelo le contó que de niño había visto al bandolero cuando un día llegó a su pueblo, llamado Gorgor, en la serranía de Cajatambo, que entonces pertenecía al departamento que he mencionado, pero que desde 1918 forma parte del departamento de Lima.

Considero que el punto de partida de mi novela fue cuando yo tenía alrededor de 11 años. En aquel entonces mi abuelo, don Estanislao Ventosilla, de quien llevo por segundo nombre el suyo, me hablo alguna vez, en la sala de mi pequeña casa en Breña, de un tal Luis Pardo. En ese momento yo tenía entre mis manos un "chiste", así se les llamaba antes a esas revistas que hoy conocemos con el nombre de comics. La ilustrada publicación era un capitulo más de las aventuras del Llanero Solitario, uno de esos héroes del oeste norteamericano tan popular en aquel entonces como Roy Rogers, Gene Autry o Hopalong Cassidy. Yo solía leer muchas de esas revistas tejiendo sueños con ellas; eran fantasías en las que muchas veces yo era el mismísimo jinete de turno, como suele suceder con cualquier chico de mi edad; no hay nada de asombroso en ello. Lo sorprendente para mí vino después, cuando mi abuelo mencionó que nosotros también tuvimos una especie de Llanero Solitario en nuestras serranías, llamado Luis Pardo, que era un bandolero que hacía justicia con sus propias manos luchando contra los hacendados y los hombres ricos de los pueblos andinos, así como con las malas autoridades. El bandolero les quitaba sus pertenencias a los poderosos para dárselo a los pobres de la región. Su vida aventurera la hizo en la sierra noreste del Perú, para más señas, en el departamento de Ancash.
G
Aquella vez mi abuelo me dijo que, a su vez, su abuelo le contó que de niño había visto al bandolero cuando un día llegó a su pueblo, llamado Gorgor, en la serranía de Cajatambo, que entonces pertenecía al departamento que he mencionado, pero que desde 1918 forma parte del departamento de Lima. En aquella oportunidad Pardo apareció montando un alazán negro seguido por unos amigos camino a una cantina del lugar. Aquel señor, padre de mi abuelo, se llamaba Santiago, y tenía entonces, cuando vio a Luis Pardo, más o menos la edad que yo tenía cuando mi abuelo me sorprendió con dicha historia.
G
Esa mañana mi abuelo Estanislao siguió contándome en la pequeña sala de mi casa que Luis Pardo fue un hombre con mucho dinero, un terrateniente que nada tenía de indígena, que se apiadó de los pobres y se enfrentó valientemente a los de su misma condición económica y social en su pueblo de Chiquián y en toda la región. Era temido por los hacendados, por los gamonales dueños de grandes extensiones de tierra, de animales y aún de la vida de sus peones indígenas; estos sujetos eran una especie de señores feudales que hacían y deshacían las leyes contando con el obsecuente apoyo de malos políticos y corruptas autoridades. Como contraparte Luis Pardo era respetado, amado y hasta venerado por los menos favorecidos quienes veían en él a un protector. A esta característica de luchador social se le agregaba una romántica virtud, pues era también un empedernido enamorador de cuanta bella mujer se le cruzaba, un encantador bandido que podía caminar tranquilo por la región y a la vez podía hacer justicia con sus propias manos cuando la ocasión lo ameritaba.

La vida de Luis Pardo fue muy corta, apenas de 35 años. Fueron precisamente esos gamanoles con otras autoridades y con ayuda de la gendarmería, antecesores de la Guardia Civil, quienes luego de varios días de persecución le dieron caza en una cueva cerca de Chiquián, en un lugar llamado Jacar, donde lo mataron luego de sitiarlo por dos días junto a Celedonio Gamarra, uno de sus amigos de correrías. Antes de morir en manos de sus perseguidores, Luis Pardo, creyendo una posible huída, prefirió lanzarse con su compadre a las aguas caudalosas del río Tingo, pero lamentablemente allí fueron acribillados miserablemente y sus cuerpos, laceados y capturados, fueron vejados a golpes terminando expuestos casi todo un día en la plaza de Chiquián para escarmiento de los pobladores.

No recuerdo bien si toda esta parte de la historia me la contó mi abuelo o si yo fui recopilando esa información con el correr del tiempo, desde mi época escolar hasta llegar a la universidad, en donde volví a tener contacto con la azarosa vida del bandolero durante el curso de Introducción a la Bibliografía I en el tercer ciclo sanmarquino. Aquella vez, en el invierno de 1979, me tocó fichar, como parte del curso, toda la información literaria que apareció en las revistas Mundial y Variedades durante el siglo pasado. Me pasé semanas en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional recabando dicha información. Allí fue que encontré noticias del bandolero que entonces asolaba la región andina de Ancash. Eran notas policiales que hacían referencia al "peligroso" delincuente que era protegido por los campesinos e indígenas. Y en uno de esos fascículos pude leer información de su violenta muerte en enero de 1909, semanas después de que un destacamento de la gendarmería, al mando del sargento Alvaro Toro Mazote, saliera de Lima a perseguirlo. Y curiosamente, un mes antes, Pardo pasó por el pueblo de Gorgor donde fue visto por mi tatarabuelo.
T
Años después, cuando ya había abandonado la universidad y me dedicaba a recorrer los pueblos de mi país dirigiendo a mi grupo de teatro llamado Setiembre, fue que decidí investigar más para montar una obra de teatro que le rindiera homenaje al ya célebre bandolero de Ancash, quien para entonces se había ya convertido en una leyenda que los ancashinos recordaban y mencionaban a menudo; incluso le fueron dedicadas canciones cuyas letras románticas, al decir de algunos, habían sido compuestas por él mismo cuando quiso hablar de sus conquistas y amores. En uno de esos viajes llevando teatro a los pueblos andinos llegue al pueblo de Corongo, ubicado al noreste del Callejón de Conchucos, en Ancash, donde conocí a un viejo maestro de escuela de cerca de 80 años, quien también me habló de Luis Pardo. El, don Julio Collazos Romero, huarasino de nacimiento, me prestó un viejo libro que hablaba casi al detalle de la vida del bandolero. El libro, escrito por Alberto Carrillo Ramírez, fue publicado en 1967 y compilaba gran parte de la vida de Luis Pardo. Se titulaba "Luis Pardo, el gran bandido", bastante documentado, y me sirvió mucho para lanzarme definitivamente en la empresa de montar la obra teatral.
R
Aquella vez, a una de las funciones de mi grupo de teatro, en el entonces local de la Alianza Francesa de Lima, llegaron unos familiares del bandolero que vivían en el Rímac. Ellos se habían enterado de dicha actividad teatral por el periódico. Eran unos sobrinos nietos que emocionados me invitaron posteriormente a su casa. Estaban sorprendidos por esa especie de homenaje a su pariente, más aún porque no lo habían visto en ningún momento durante la obra, pues él no aparecía, pero que sí lo habían sentido en espíritu de principio a fin. Recuerdo que yo hacía un paralelismo entre la persecución que había sufrido Luis Pardo, su ajusticiamiento y vejamen, con la muerte y desaparición de decenas de campesinos durante la violenta guerra iniciada por el movimiento armado Sendero Luminoso, y la no menos agresiva y brutal respuesta del Estado a través de sus institutos armados y policiales. Estaba claro que los civiles y campesinos se encontraban en medio de esta cruenta batalla que ocupó la década del 80 y parte del 90.

Años más tarde, a mediados de la década del 90, cuando vivía entre Barcelona y Paris, me animé a escribir un cuento con alguna información que me había quedado luego de aquel montaje teatral. La redacción de esta supuesta historia corta titulada "Luis Bandolero Luis" se fue convirtiendo en un cuento largo, para luego escapar de mis manos hasta convertirse en una novela corta que finalicé momentáneamente a fines de la mencionada década. La dejé decantar por un tiempo, luego retomé su corrección hasta finalizarla en el 2005, fecha de su publicación.

Para concluir la novela investigué más sobre Luis Pardo. Busqué mayor información en publicaciones periodísticas de la época y en especial me propuse hablar con gente del pueblo de Chiquián, es decir, con los paisanos del bandolero. Mi principal intención era saber mayores detalles del pueblo y de la región en donde se ambientó la novela. Yo necesitaba saber datos importantes para no cometer algún desliz acerca de la ubicación geográfica de sus principales montañas, de sus cordilleras, y hacia dónde estaban los cuatro puntos cardinales si tomaba como referencia a su principal divinidad protectora, su Apu Mayor, como lo era y sigue siendo la hermosa Cordillera Huayhuash. A su vez yo necesitaba saber detalles de la ubicación de ciertas calles en el pueblo y de la plaza principal, también hacia donde quedaban el cementerio y el río. Indagué también acerca de en qué año había llegado la luz eléctrica al pueblo y la carretera, así como la distancia a caballo entre Chiquián y otros puntos de la región; como por ejemplo hacia el pueblo de Cajacay, referente importante para reconstruir la vida del bandolero, en especial todo lo concerniente a los últimos días antes de su muerte. Esta claro que yo no conocía el pueblo. Pensé en ir muchas veces, algo que hasta ahora lo sigo pensando y las circunstancias no me lo permiten.

Así fui conociendo a muchos chiquianos quienes me apoyaron con esta información. Algunos era residentes en Lima y otros, a quienes nunca conocí personalmente, vivían en los Estados Unidos, muchos de ellos en la zona de California. Con una de esas familias hice contacto a través de una página por Internet de chiquianos en el mundo. Les envié un breve cuestionario que respondieron rápidamente, pero cuando intenté más respuestas en una segunda y hasta en una tercera oportunidad, ellos desaparecieron quizá pensando que yo era un estafador que sólo buscaba acercarme a ellos con alguna non santa intención, fue después que les pedí su dirección para enviarles la novela una vez publicada. Más tarde, en la última etapa de la producción de la novela, llegue a conocer a otros chiquianos en Lima, a través del Club Chiquián, entidad que agrupa a los inmigrantes de la tierra de Luis Pardo en Lima, ellos me apoyaron mucho con las últimas dudas que tenía para poner punto final a la novela; en especial un buen amigo, Felipe Alvarado Balarezo, con quien mantuve correspondencia desde Nueva York y quien tuvo la paciencia para responder a mis cuestionarios vía correo electrónico, y a quien conocí el día de la presentación de mi novela en Lima, la que se realizó en diciembre del 2005 en la Escuela Nacional de Folclor con un lleno de bandera, si usamos un término taurino, y en donde la encantadora Princesita de Yungay cantó varios temas alusivos a la ocasión. Recuerdo que también estuvo presente con su voz de ensueño andino la gran Margot Palomino, y el duo coronguino conformado por los hermanos Collazos, Frank en la guitarra andina y Alaín quien interpretó el huayno "Luis Pardo", cuya autoría se le atribuye al bandolero, con un estilo incomparable. Cabe destacar que ambos hermanos son hijos de aquel maestro de Corongo quien me proporcionó el libro que determinó mi interés mayor en esta aventura.

Volviendo a la escritura de mi libro, en el camino, mientras buscaba más señas históricas de bandoleros para entenderlos algo más, pude encontrar a otro personaje que llamó poderosamente mi atención. Era este otro bandolero que había delinquido algunos años antes que Luis Pardo, lo hizo aquí en los Estados Unidos, en territorios de la California de hace dos siglos, cuando la fiebre de oro atraía en la década de los años 1859 a menesterosos y aventureros a esas tierras. Este sujeto era Joaquín Murieta, cuya nacionalidad se la disputan hasta ahora mexicanos y chilenos. Fue el poeta Pablo Neruda, al escribir una obra de teatro titulada "Fulgor y muerte de Joaquín Murieta" quien le rindió un homenaje como chileno. A Murieta lo llamaban el Robin Hood de El Dorado, a Luis Pardo simplemente el Robin Hood Andino, y dependiendo del punto de vista ambos podían ser delincuentes o benefactores, pues atacaban a los poderosos y adinerados para luego dárselo a los pobres. Pero fue Murieta quien se llevó un título más ampuloso al ser llamado también el Patriota Latinoamericano, pues defendía a los inmigrantes latinos del abuso de los explotadores "gringos" en los lavadores de oro, que en ese entonces estaban llenos de explotados trabajadores chilenos, peruanos y mexicanos. El desprecio y la xenofobia de los poderosos los llevaba a cometer crueles abusos contra los inmigrantes, y al parecer esto fue caldo de cultivo para que Murieta se rebelara y formara una banda para atacarlos, siendo, por lo tanto, para muchos el primer defensor de los inmigrantes. Para otros la violación y asesinato de su mujer en manos de los gringos fue la mecha que encendió la rebeldía de Murieta, así como el asesinato de su padre llevó a Pardo a lanzarse en lucha mortal contra el abuso y la prepotencia hasta hacerse justicia con sus propias manos.

Walter Ventosilla da las últimas palabras a la presentación
de su novela en el Consulado del Perú en Nueva York.
Lo acompañan: Fredy Roncalla, Helí Peláez, Cónsul del Perú en NY,
y José Luis Rénique. (Fotos: Arturo Quispe Lázaro)

Joaquín Murieta murió trágicamente a las 24 años junto a su fiel amigo Manuel García, y cuenta la historia que su cabeza, sumergida en brandy, y la mano derecha de su amigo fueron paseadas en un circo por mucho tiempo, hasta que desaparecieron durante el terremoto de San Francisco. Luis Pardo murió a los 35 años acompañado por su amigo Celedonio Gamarra y el cuerpo de ambos fue exhibido en la plaza de su pueblo, Chiquián, durante un día para dolor de la población. Las autoridades norteamericanas enviaron a un tal Harry Love, militar retirado a perseguir a Joaquín Murieta; las autoridades peruanas también enviaron a un viejo gendarme, llamado Alvaro Toro Mazote, a perseguir y dar caza a Luis Pardo. Ambos bandoleros son hoy en día una leyenda y son parte de canciones, poemas, obras de teatro y hasta novelas que se plasman en memoria de ellos.

Desde la óptica popular el bandolerismo en América viene asociado, además del hecho social, de la reivindicación de los desposeídos o simplemente de la delincuencia, al factor romanticismo. Y esta característica, entre sus devotos, es elemento imprescindible para hablar particularmente de Luis Pardo. Pero mi novela no pretende, así como no ser sólo un relato biográfico, ser una historia romántica. No quise quedarme en esos linderos, en exaltar la leyenda del héroe popular roba corazones con atisbos de luchador social. Intenté, y eso queda ya en opinión del lector si pudo descubrirlo o no, una exposición abierta de las posibilidades humanas que llevaron al mítico personaje a convertirse en un rebelde sin causa aparente, por ahora, mientras vuelen las especulaciones de sus biógrafos o historiadores para ubicar o acercarse lo más posible a las razones, no sólo sociales sino sicológicas, por las cuales el sujeto histórico llegó a actuar violentamente contra quienes él consideró que eran sus enemigos, y acercarse a quienes lo aceptaron como uno de ellos y quienes a su vez le dieron afecto que no tuvo en su hogar cuando era un niño maltratado por un hacendado padre extremadamente recto, quien a su vez fue asesinado en un lío de gamonales; esta acción terminó poco después con la muerte de su madre por sufrimiento y soledad. Ella era el único ser, además de los campesinos, donde encontraba aceptación, cobijo y amor. Son muchas las aristas que se pueden tocar para hablar de este controversial personaje como ser humano, y no sólo como un caso delincuencial, policial, o como un elemento de leyenda romántica.

Mi novela es contada inicialmente por Fermín, un amigo creado por mí que acompañó a Luis Pardo en sus correrías, mayor que él y que lo sobrevivió en la cueva donde fue emboscado; algo que para los historiadores no ocurrió así, pues según ellos el bandido murió sólo junto a Celedonio Gamarra y en dicha contienda final no se encontraba nadie más con ellos. Para efectos de la novela me tomé esa licencia y es Fermín quien pudo escapar de la masacre para contar años más tarde, ya anciano, lo sucedido a un muchacho pastor de ovejas, quien al cabo de las 178 páginas es quien realmente está recordando la historia y descubriendo al lector en el párrafo final la verdadera razón de su presencia en la novela.

Aquí me detengo un momento para especular algo que llamó mi atención y es acerca de la no consideración de la presencia de hijos de Luis Pardo en su vida. Para muchos el famoso bandolero no dejo descendencia alguna, ante lo cual me tome otra libertad, y fue la de especular sobre esa posibilidad. Es un poco tirado de los pelos no aceptar que Luis Pardo dejó hijo alguno tratándose de un sujeto enamorador que hacia suya a la mujer que quería, incluso contra la voluntad de estas incurriendo muchas veces en el rapto, algo penado por la Ley que sólo podían hacer sin temor alguno los poderosos de esas regiones semi feudales del Perú republicano. Y Luis Pardo, de apellido noble o "misti", como se denomina en quechua a los no indios, era hijo de terratenientes, de hacendados, a quienes después combatió; es decir, se enfrentó a sus propios orígenes, a su gente, en una especie de odio y negación a su propia condición.

En aquel entonces es fácil de suponer que ninguna mujer campesina iba a abrir la boca para decir que el hijo que esperaba era del sujeto más buscado de la región, de un delincuente, con el riesgo de ser mal vista por sus congéneres pese a que ellos eran defendidos por él ante los poderosos de la región, y ni qué decir de las autoridades coludidas con los facinerosos de cuello y corbata quienes podían hasta acusarla de cómplice del buscado bandolero. Pero el riesgo que sí pudieron asumir fue el de tener algún hijo sin el apellido del verdadero padre.

En la novela "Luis bandolero Luis" especulo con la posibilidad de alguna descendencia de Luis Pardo, algo que durante la presentación de mi libro en Lima pude constatar al conversar con alguno de los asistentes, quienes eran paisanos del legendario bandido y hasta familiares, como fue el caso de sobrinos nietos quienes me aseguraron que existían no sólo uno sino varios hijos que habían sobrevivido al bandolero y que no llevaban el apellido por las razones expuestas líneas arriba. Sucede, como en muchos casos, que la realidad trasciende a la ficción y la reafirma o niega según las condiciones que la propia historia expone, en este caso particular tratándose de una novela que no quiere ser necesariamente histórica o "social", o por así decirlo "romántica".

La novela empieza en un bucólico paraje de la serranía al pie del nevado Yerupajá en la Cordillera Huayhuash, la tutelar montaña sagrada de Chiquián y de los chiquianos, el espectacular y bello promontorio de cumbres y picos que alguna vez vio pasar más de una vez a Luis Pardo a fines del siglo antepasado; y termina a orillas del mar, en Barranco, muchos años después. Ambas locaciones solo tienen un mudo testigo: la luna llena, y todo lo que ella puede saber y ocultar en su infinito devenir por la efímera vida de los mortales, de sus historias, de sus circunstancias y aún de sus mitos y leyendas. Ahora, esta novela cabalga sola para reencontrarse en cualquier recodo del camino con otras versiones de la impactante vida de un "bandolero" que, al decir de los suyos, reivindicó el término para darle connotaciones legendarias de héroe popular y adalid de la justicia.

Nueva York, 2007
G
FUENTE:
Y
T
PRESENTACIÓN DEL LIBRO EN LIMA
16 DIC 2005 - ARCHIVOS NAB

Walter Ventosilla
R
Alaín Collazos
T
Princesita de Yungay
5
Margot Palomino
5
Nalo Alvarado
4
Chiquianos con Walter Ventosilla