Danilo Sánchez Lihón
1. La tierra
en pedazos
De
noche, los pastores, al borde de esta laguna oyen el tañido de las
campanas que sin duda son las de la iglesia que está enterrada al fondo
de estas aguas.
Y
es que en donde ahora está la laguna de Allcacocha, había un pueblo
hermoso, pintoresco y poblado de gente que todo lo tenía en abundancia.
Vivían
felices y contentos, pero cada uno cuidando sólo lo suyo, egoístas
hasta entre padres e hijos. Todo lo veían negocio e intereses hasta
entre hermanos.
Se
dedicaban principalmente a la compra y venta de ganado y al comercio de
baratijas. Y se habían dividido la tierra en pedazos.
Nadie quería saber si su semejante sufría o gozaba. Mucho menos si es que este caía enfermo y necesitaba alguna ayuda.
En esos casos ni los miraban, porque con ellos no iban a obtener ganancias
2. Pero
eso sí
¡Ya nada era cordial ni fraterno! Como si no existieran el uno para el otro, entre los seres humanos.
Como si no hubiera semejantes ni prójimo ni humanidad doliente.
Como
si solo viniéramos al mundo unos a ganar y otros a perder. Unos a
acumular dinero y otros a necesitarlo tanto que no tienen ni para
comprar un pan.
Aquí por ejemplo había un mercado donde se intercambiaban productos. Todos sabían qué precio poner y cuánto pagar.
Nada más. El cariño y el afecto no existían. Habían desaparecido sobre la faz de la tierra.
Pero eso sí, entre ellos se engañaban, se criticaban, se maldecían. O se hacían burla, mofa y sorna.
3. Era
el mismo
Peor ocurría si veían a un extraño o visitante que venía de otro pueblo.
Salvo
que supieran que les convenía porque les traía alguna ganancia de la
cual aprovecharse. Pero si no, era odio lo que sentían:
– ¡Y éste a qué ha venido! –Era su consigna.
Y lo miraban mal.
Pero un día le tocó pasar por aquí a nuestro Señor Jesucristo.
Era el mismo Dios en la persona de su hijo Jesús quien nuevamente pasó por esta tierra o valle de lágrimas.
Pero esta vez lo hizo vestido de andrajos, desvencijado y rotoso.
Como cualquiera de los humanos a quienes la suerte los echa a un lado
4. ¡Oye
tú!
.
Adoptó Jesús la imagen de un anciano mendigo, como suele presentarse la mayoría de veces nuestro Señor.
Y como era de esperar y de ver, todos lo despreciaron con más saña todavía. Y hasta estuvieron a punto de pegarle.
Y hacerle daño irreparable. De repetir quizás aquí él el calvario de la cruz.
– ¡Oye tú! –Le dijeron de modo insolente–. ¿A qué has venido a este lugar? No es tuyo.
– ¡Oye viejo, dinos qué interés te ha traído! Eres ratero, o qué.
– ¿Vienes a robar, no? ¿O cuál es tu ocupación?
Por último, uno dijo:
– ¡Hay que matarlo!
5. Pasó
por las calles
Pero terminaron ahuyentándole hacia las afueras y después cerrándole sus puertas y echándole a los perros.
Era
también porque no sabía explicar de dónde era ni a qué había venido.
¡No ven que era Dios, que no tenía por qué dar grandes explicaciones!
Se había convertido en un anciano muy pobre, pidiendo ayuda para comer. Y eso enojaba mucho a la gente.
¡Perder unos centavos en alguien que no fuera él mismo les resultaba inconcebible!
Arrastrando sus vestidos que daba lástima, pasó por las calles estrechas que por aquí había.
– Yo conozco a este –dijo otro–. Es ratero. Yo lo he visto robando.
6. Curó
sus heridas
Otro dijo:
–Es mañoso. Es un violador.
Y otro, peor aún:
– Es la peste. Nos va a traer desgracias.
– ¡Fuera! –Entonces lo botaban con mayor inquina.
– ¡Sal de aquí miserable, muerto de hambre! –Lo avergonzaban.
– ¡Vete a tu tierra! ¿De dónde has venido? –Lo corrían a pedradas.
Cuando ya se iba, una señora que vivía en las afueras –a quien él no le pidió nada– se compadeció al verlo.
Lo hizo pasar a su casa, curó sus heridas. Y compartió, a la hora de comer, su pobreza.
Porque esa señora era la única que vivía humildemente en este pueblo.
7. ¡Pero
corre!
Cuando terminó de comer el anciano le dijo a la señora:
– Mira hija: coge tu rebozo y vete ahorita mismo de este pueblo.
– Pero ¡por qué!
– Vete. Vete por ese cerro.
– Pero, ¿adónde señor?
– Lo primero es que salgas de aquí.
– Y ¿cómo dejo mi casa?
– A la vuelta de la colina te espera tu verdadera casa.
– ¿Y mi ganadito?
– Deja todo. ¡Pero corre!
– ¿Y mi chacra?
8. Dejó
todo
– Allá hallarás para ti mejor ganado y mejores chacras. Cargada ya está de mieses y tiene abundantes frutos para cosechar.
– ¡Y por qué tengo que dejar todo lo que tengo, señor!
– Porque encontrarás algo mejor.
– ¡Pero todo esto me ha costado mi esfuerzo conseguirlo!
–
Por eso serás premiada. Pero déjalo y no me preguntes nada más por
ahora. Y corre, corre. Y cuidado con dar vuelta a mirar cuando oigas un
estruendo. Sigue corriendo, más apurada todavía. ¡Y no voltees!
– ¿Qué ocurrirá, señor?
– Escucha bien: no voltees a mirar por ningún motivo.
La señora, presintiendo que algo terrible iba a suceder, dejó todo, como acababa de decirlo el anciano. Y abandonó el pueblo.
9. Volteó
a ver
Caminó y caminó por esa cuesta que se ve y sube por el cerro. Y que desde todas partes se mira.
En eso que se iba oye una explosión. Y otra, y otra. Eran las aguas que empezaron a bajar, por todos lados, de esas lomas.
En un ratito inundaron las calles y empezaron a cubrir el pueblo que había. Y la gente a ahogarse
Pero la señora que huía no pudiendo resistir la tentación, volteó a ver lo que pasaba.
Y al instante se convirtió en esa piedra que ahora sobresale en el camino.
Y que tiene toda la figura de una mujer huyendo en la pendiente.
10. Talán,
talán
Para el otro lado del cerro, dice la gente, que a veces se ve una casa y un ganado hermoso.
Y chacras repletas de mieses y árboles frutales.
Pero luego, cuando quieren entrar, todo se esfuma.
Esa
es la riqueza que estaba reservada para la señora que se convirtió en
piedra. Y fue por voltear, pese a que estaba bien advertida por el señor
de los cielos de que no lo hiciera.
Pero al menos no ha quedado sepulta, ni debajo de la tierra ni ahogada en lo hondo de la laguna, como sí quedaron los otros.
Por
eso es que al borde de esta laguna los pastores de noche oímos talán,
talán, talán, tañer las campanas, que sin duda son de la iglesia que
está enterrada al fondo de estas aguas.
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