CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
TERCER DOMINGO DE AGOSTO
DÍA
DEL
NIÑO
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
EL BIEN
DE SER
NIÑOS
Danilo Sánchez Lihón
1. Hondos
misterios
No hay edad en el ser humano tan honda, densa y llena de abismos como la infancia.
Ninguna época más cósmica, enfrentada a los misterios y a los absolutos, confrontada con los arcanos y enigmas.
Como también es cierto que no hay edad más imbuida de encanto, de magia e ilusión.
Y
esto por la capacidad que tiene el niño de crear mundos, animar
presencias inertes, vivificar lo yerto, suelto, abandonado o disperso.
Pero,
de igual forma es el período en donde tras unas figuras inadvertidas el
niño se da de bruces con espantos y horrores que estremecen la vida.
En ellos se anuncian y previenen los hondos misterios de que está compuesto el mundo.
2. Ámbito
o morada
Ninguna edad cuestiona tanto al destino indescifrable como la infancia, que es la edad del mundo y de la vida.
En
donde cabe todo lo esencial, lo más duro y fuerte que sea capaz de
soportar e imaginar el ser humano más consistente e integral.
De
allí que la posibilidad de encontrar algo mayor o supremo en la vida
cada vez es menos y se aleja irreparablemente si es que no lo
alcanzamos, vivimos y tenemos en la infancia.
La misma dimensión, ámbito o morada que debemos convertirla en un estado de alma, en un espíritu y en una manera de vivir.
Con las cualidades y características que la definen y la hacen permanentemente renovada.
3. Les hizo
una seña
El
genio y la creatividad tienen que ver mucho con ella, siendo que estas
facultades en gran medida se dan en quienes tienen el don de la vuelta
la mirada y el ser a la infancia.
Se
cuenta que en la nochebuena de 1933, primer año en que Albert Einstein
llegó para permanecer en el Instituto de Estudios Superiores de
Princeton, en Nueva Jersey, ocurrió lo siguiente:
Mientras
nevaba varios niños salieron a la calle siguiendo la costumbre de
cantar villancicos frente a las puertas de las casa en un acto de
solidaridad.
Lo
hicieron frente a la casa del nuevo vecino. Al finalizar tocaron al
timbre y le explicaron al vecino recién instalado que estaban reuniendo
dinero para comprar regalos de Navidad para quienes no podían
adquirirlos. Einstein los escuchó, entregó su aporte y les hizo una seña
de que iba a salir con ellos.
4. Raíz
de lo que es ser
– Espérenme un momento. –Oyeron que les decía.
Fue,
se puso su abrigo, enrolló su bufanda al cuello, sacó su violín que
estaba en su estuche y uniéndose a ellos los acompañó con su instrumento
a cantar Noche de Paz y Noche de Amor.
Lo
hizo enrolado con ellos por las calles y delante de las casas, de la
manera más natural, ingenua y candorosa, como si fuera uno de ellos y
los niños lo trataban así. En realidad era un niño más.
Algunos
vecinos que conocían ya la gloria mundial que era su nuevo vecino se
sorprendían y asombraban y no atinaban a qué pensar de esa actitud, de
reír o llorar.
Y
es que ser niño no es solo conservar y cultivar el asombro como
cualidades que hacen de un ser como Einstein un descubridor de
absolutos, sino algo que está mucho más atrás y en la raíz de lo que es
ser niño, cual es la capacidad de asumir la vida con total y plena
identificación.
5. Latido
tras latido
Y
porque ser niño no se reduce ni limita a una edad o a unos años en el
desarrollo del hombre, ni queda confinada en una etapa de la vida.
La
infancia incluso es un mundo por construir de modo sincero y continuo.
Es un universo por conquistar y una utopía por aproximar a nuestras
vidas.
Este
es el sentido hondo y trascendente de una visión de la infancia para
estos tiempos en que hemos perdido, y cada día perdemos más aún, una
relación auténtica y natural con todo lo que es vital.
Este es el sentido que se trataría de obtener y conquistar paso tras paso, latido tras latido, verso tras verso.
Para
alcanzar a escribir el poema que lograría en la vida forjar hombres con
ideales y sueños, que le den a la realidad el sostén imperecedero que
ella debe tener.
6. Hilos
de esa textura
Porque
eliminemos definitivamente de nuestras mentes la idea de que la
infancia se da de manera llana, espontánea y hasta inconsciente, y que
se vive de modo inevitable. Por lo contrario: la infancia es una larga
travesía, una ardua tarea, un punto de llegada.
Y
no se trata a la infancia de mirarla al frente, de sentirse
desprendidos de ella, de su gajo, rama o raíz. Se trata de ser
constantemente niños y de tener el alma candorosa y transparente. Y
heroica como ellos lo son.
Esto
se comprueba en quienes luego de haber vivido mucho, llegan a esa edad
culminante, y que de modo incierto se lo llama vejez. ¿No se ve en ellos
al niño, acaso? ¿En aquellos fatigados por haber depurado todo lo
vano?
¿No
se lo encuentra evidente en aquellos que después de tramontar todo no
arriban a otro puerto que no sea la infancia? Proas, jarcias y vientos
propicios de esa larga travesía que son hilos de esa textura de la
sabiduría que es saber ser niños.
7. Hasta
el infinito
Postulemos
como un valor supremo no solo volver a la infancia en lo personal sino
en lo comunitario, colectivo y social. Que como sociedad asumamos y
adquiramos los valores de la infancia.
La
infancia, me corrijo, ni siquiera es un punto de llegada sino una
constante e inacabable aspiración; un mundo elevado y una decantación
suprema del alma y del espíritu.
A
la cual nunca se llega, sino que sólo se aspira y se anhela llegar,
como es difícil, sino imposible, arribar a la plena inocencia, candor y
total adoración.
Jesús
lo dejó esto definido en el Evangelio al explicarles a sus apóstoles
que “¡Quienes no se hagan como los niños no entrarán al reino de los
cielos!”
Con
lo cual deja dicho que la infancia es una ascensión, un ideal, una
estrella titilando en el horizonte; un mundo que nos costará trabajo
edificar porque es inagotable hasta el infinito.
Texto que puede ser reproducido
citando autor y fuente