PUERTAS
HACIA
LO INFINITO
Danilo Sánchez Lihón
Nunca, sino ahora, supe que existía
una puerta, otra puerta
y el canto
cordial de las distancias
César
Vallejo
1. Aleteando
en sus resquicios
¡Ah, de aquellas puertas que dan a los segundos y
terceros patios de las casas abandonadas!, ajustadas por los adobes que se han
cimbrado doblegados por la incuria y la desidia.
En estas casas ya deshabitadas que se han ladeado y
cedido hacia un costado por ya no querer tener recuerdos ni memoria, como
también por efecto de la lluvia y el peso de todo lo vivido!
Puertas que ya nunca se abren, bien sea porque se ha
rajado y vencido el dintel, o bien sea porque las tempestades inclementes han
humedecido y abombado la madera de las jambas que lo sujetan, de tal modo que
han quedado para siempre aprisionadas.
Cerradas definitivamente no por el artificio de una
llave sino por el dictamen fatal del desdén, el destiempo y el irreparable
destino.
También por el paso por sus umbrales y dinteles de los
adioses y despedidas. Y, en general, del olvido aleteando en sus vanos y
resquicios.
2. Muerte
por mano propia
Pero ¡ah capricho de la suerte! Son puertas ya
vencidas en donde todo empieza a florecer: donde la vida como nunca en otra
parte irrumpe y se prodiga.
En sus muros han brotado las mostazas, clavelinas y
retamas. Y al pie de ellas mismas las quietas siemprevivas, las sumisas y
sumidos en el misterio los abrojos.
Y en sus rendijas unas flores mínimas, pequeñas y
luminosas, perfumadas con una gota de almíbar como si quisieran consolar con su
aroma gratuito la tristeza y la vejez de este sitio abandonado por quienes aquí
alguna vez gozaron o sufrieron.
El morir de las puertas es el peor de los morires,
porque con ellas mueren todos quienes habitaron al pie de estos muros, como
fenece una época, una generación de personas, y ¡hasta un modo de vivir!
Cuando una puerta se sepulta, como es el caso de ésta
que ahora mismo toco, palpo y miro arrobado, es muerte por mano propia no de
uno sino de muchos. Es un suicidio colectivo.
¡Y es que han visto nacer y vivir! Y al ver que no
llegan empieza a declinar y dejarse morir.
3. Para
siempre
Y es porque ellas luego de esperar vanamente que
regresen las manos del varón o la mujer de la casa que las abrieron y cerraron
finalmente dejan de sentir, pensar y creer en ellas mismas, y se cimbras. O
puede ser que extrañen al hijo o a la hija que aquí naciera o se criara.
¡O, por último, quisieran volver a escuchar la voz de
cualquier pariente que aquí se detuviera para saludar! O cualquier presencia
persuasiva, sea que tengan la mano firme o trémula, incluso sea que estén vivos
o muertos, pero que entren o pasen.
Porque se puede volver ya en alma o ya en espíritu. Y
no dejar que el tiempo en su turbión las arrastre con despecho al no ver a
nadie entrar por aquel vano ni siquiera asomarse por el muro, siquiera como
sombra no importa sin entrar pero al menos a mirarla.
¡O de los niños ilusos que ellos sí pueden rescatarla
del olvido! Nada de eso ocurre. Todo está quieto y en silencio. Entonces ellas
mismas han decidido condenarse, clausurándose para siempre.
4. Y deje
de llorar tanto
Para eso, dejan ladearse los adobes de encima, o que
se cimbre la viga que se sostiene sobre ella.
Teniendo como cómplices de su decisión absoluta a la
llovizna, al sol, al arco iris y hasta a la luna nocturna que no quiere que se
sienta más tanta pena y el estigma de ser abandonada.
Y la cubre. Y la neblina disoluta la oculta para que
se desahogue y llore a sus anchas sin que nadie la oiga y la consuele. ¡Para
que se deshaga si quiere en suspiros!
Y es la tierra desmoronándose la que la ayuda a morir.
No la tierra como lar o terruño sino como bola redonda de agua suspendida en el
firmamento, de desiertos y montañas.
Quien con sus leves temblores de achacosa y desvalida
nodriza va haciendo que los adobes aflojen sus junturas y ella se vaya quedando
quieta, pasiva y deje de llorar tanto.
5. Los gorriones
inconscientes
Y como cómplices tenemos aquí hasta a las flores que
con su presencia, su brevedad y su morir juntas, y hasta antes que ella, más la
hieren y lastiman.
Allí es cuando la puerta se olvida y se acuesta por sí
misma en su lecho de moribunda, y se entierra bajo montículos de arcilla de los
adobes empeñosos que han caído y se siguen cayendo.
Hay zumbidos de aliento de los moscardones sonámbulos.
Pero nada atiende ni quiere oír, bajo nubes, aguaceros y relámpagos.
Y sucumbe, para pasar a ser pisoteada por los leves
pasos de los gorriones inconscientes que buscan hacer sus nidos en los lugares
inhallables; pero ellas mismas como montículos.
Puertas que nos llevan a una región embargada por no
sabemos qué misterios, ni obedeciendo a qué premoniciones.
Puertas visitadas sólo por libélulas lastimeras –que
no piensan en otra cosa que en sus propias mieles.
6. Porque el mundo
no pesa parejo
O bien habitadas por las lechuzas que solo piensan en
sus propios augurios.
Quedan así las puertas y sus traspatios a la buena de
Dios en su mudez y en su autoimpuesto silencio y castigo.
Quedan colgando sus armellas impenitentes y algún vago
suspiro que escapa eternamente entre las rendijas de sus tablones susurrantes.
¿Quién lo dio? O el aliento del primer beso que se
robó cuando la niña se empinaba en sus umbrales.
Niña que tenía la vida por delante y ahora muere con
una estela de camino por detrás.
¡Puertas que conservan algunos grumos de pintura verde
entre sus jambas apolilladas!
¡Y el señuelo de algún amor inconfesado entre sus dos
hojas ahora desiguales!
¡Porque el mundo no pesa parejo sino que siempre se
inclina hacia un lado!
7. Ya no son
puertas
Puertas que ya no dan a nada, que han quedado en el
centro de dos vacíos.
Pero que probablemente alguna vez dieron hacia un
corredor o a una sala donde se cantaba, se soñaba y se amaba.
¡Y la vida empeñosa se erigía cantarina y lozana!
O simplemente, se dejaba transcurrir los días ¡porque
hasta aquí llegaban los aires de fiesta de un pueblo feliz y bullente!
¡Lo cual ya es inmenso y bastante!
Pero ahora este es un lugar que solo abre paso a la
nada. Y ya no es a un solar cotidiano hacia el cual se entra y se sale.
Sino que nos lleva con su cerrazón definitiva ¡no
sabemos hacia dónde! Hacia otro universo desconocido. ¡Ni sabemos a dónde, a
qué, ni por qué!
Estas entonces ya no son puertas, ni resuello ni
suspiros. Son enigmas que se ahogan en la vastedad del infinito.
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