FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
LUIS LEÓN,
EL FOTÓGRAFO
DE MI COMARCA
Danilo Sánchez Lihón
1. Hasta allí
llegó un día
Cada pueblo tiene su
fotógrafo legendario; así como hay una pléyade de otros que registran en imagen
fotográfica acontecimientos, escenas y testimonios, y a los cuales cabe
valorar.
Pero el Martín Chambi de mi
comarca, como es Santiago de Chuco, es Luis Gilberto León Rodríguez, cuyo
nombre simplificado entre nosotros siempre fue como un membrete: Luis León.
Poeta de la luz y la sombra
pues todo lo hizo en daguerrotipo de blanco y negro.
Quien vivió en el siglo
pasado entre los años 1900 y 1961, chalaco de nacimiento y chuco de corazón.
Quien aprendió fotografía
en el taller de sus familiares situado en la Alameda de los Descalzos, en el
viejo Rímac, bajo el puente, en Lima, Ciudad de los Reyes.
Hasta allí llegó un día
Plácido Alarcón quien venía de Santiago de Chuco para hacerse unas fotos.
2. Quedó
prendado
Le agradó la pulcritud y el
esmero del joven, y lo invitó a venir con él a la Fiesta del Patrón Santiago
del mes de julio cuando corría el año 1921, un año después que ocurrieran los
secesos que le costaron 112 días de cárcel a César Vallejo.
Aquí vino, y se enamoró de
este pueblo plácido y con un aroma profundo de alcanfores. Y se quedó a vivir recorriendo
pueblo por pueblo de esta provincia, tomando fotografías con la misma prolijidad
en perseguir la luz en sus diversos tonos, matices, colores, aromas y pasiones.
Así como quedó prendado del
pueblo le hechizó la magia de Rosa Deza Verau, con quien contrajo nupcias y
tuvo siete hijos: Augusta, Manuela, Rosa, Amelia, Guillermo, Victoria y
Petronila.
Al final de su vida viajó a
Trujillo para curarse y allí murió en octubre del año 1961. Está enterrado en
el cementerio de Miraflores de esa ciudad, datos que nos ofrece Hermes Torres
Pereda en su libro Apuntes y documentos para Santiago de Chuco.
3. No decía
palabras
¿Qué recuerdo yo de él? Cuando
pasaba frente a mi casa me impresionaba porque su cabeza era enorme. Y le
pesaba tanto que él caminaba apoyándola en su puño derecho que ponía bajo su
mentón, haciéndose ostensible su esfuerzo.
Era como cuando se pone un
parante anclado a un muro o a un techo cuando este se ha inclinado y que
amenaza con caer. Y su mirada estaba siempre cabizbaja, fija en el suelo en
donde iba a poner los pies.
Vivía Luis León a dos
cuadras de mi casa, en mi misma calle y en mi barrio; él más cerca del
Reservorio de Agua, o de La Poza, haciendo esquina su domicilio entre la calle
Colón y el jirón Ayacucho.
No decía palabras y apenas
contestaba el saludo con algún gruñido, o con un movimiento doloroso de su rostro.
Era un hombre de vida retirada, a quien mi padre nos recomendaba que lo saludemos
siempre con mucho respeto. Quizá también por esa condición contraída de su
cuerpo.
4. Calles
empinadas
Un día llegaron desde lejos
mis tíos Baltazar, Jorge y Ángel, hermanos de mi padre. Y fue ocasión para que junto
a mi abuela y mis otros tíos, como también acompañados de mis primos y toda la
familia, Luis León nos retratase en una foto a todas luces histórica pues mis tíos
venían de visita desde lugares lejanos.
Fue un hecho memorable. El
día y hora convenidos estábamos una numerosa comitiva frente a su casa que tenía
un portón casi hundido bajo el nivel de la calle y hacia adentro una huerta
profunda.
Pensamos que la placa
fotográfica que iba a registrar nuestras presencias la iba a tomar en su casa o
en un escenario adyacente. Pero, ¡no señor!
Salió con su cámara de
manga negra, sus placas de vidrio y su trípode que no quiso que nadie lo
ayudara a cargar.
Él pasó adelante del grupo sin
mediar palabras. Caminamos calles empinadas y pronto estuvimos en las afueras
del pueblo.
5. ¿Qué
busca tanto?
Dejamos que se adelante
para no hacerle sentir que lo apurábamos mientras mis tíos comentaban cada
detalle de las casas, de las personas y de los campos que encontrábamos a
nuestro paso. Y él con esa dificultad de su cabeza y cargando todos sus aprestos.
Ya pasamos la cuesta de Las
Guitarras y estamos en el camino a Yamanate. Hemos pasado lomas, quebradas,
campos sembrados, bosques.
Hemos bordeado la Laguna
Encantada. Ya hemos subido por las gradas de baldosas del Camino del Inca
bordeado de árboles centenarios. Es un paseo largo, cansado y él, pese a su
dificultad para caminar sigue adelante.
– ¿Adónde nos lleva León?
Protesta uno de mis tíos
que tiene ya arrugado el saco que lleva al hombro, y la corbata desajustada en
el cuello. Y ya no puede caminar más.
– Sí, pues. ¿Qué busca tanto?
–Dijo otro.
6. Con su
aura
propia
– Busca la luz y la sombra
adecuadas. –Escucho decir a mi padre.
– Pero si va agachado y ni
siquiera mira a su alrededor.
– ¡Eso crees! ¿Y quién
sufre más esta caminata sino él que va cargado de sus aparejos y con la
dificultad que tiene para caminar?
Hasta un momento en que
silencioso e implícito, sin decir palabra fijó su atril en un ángulo. No nos
dijo: “¡Aquí es!”. Nada.
Nos pusimos delante e hizo
solo dos disparos que son las dos mejores fotografías que yo atesoro de mi
infancia con toda mi familia reunida.
¡Qué nitidez! ¡Qué
contrastes, profundidad del paisaje en donde se ve hasta el alma de cada penca!
¡Y cada uno de nosotros con su aura propia!
Pero así como a nosotros él
retrató a muchos otros grupos humanos, paisajes, fiestas y costumbres.
6. Atesorar
su alma
Todas las fotos de Luis
león pasaron a manos particulares y se guardan en los álbumes de familias que
debieran de tener un lugar adonde ser donarlas. Por eso, es importante en
Santiago de Chuco, ¡y cada pueblo debiera poseerlo! fundar y hacerlo funcional
y pródigo un Museo de la Identidad.
O una casa, o una morada en
donde se reúna la memoria y el patrimonio cultural de nuestros pueblos. Y en
donde un rubro importante ha de ser siempre la fotografía.
Nuestra generación debiera
legar estas casas e instituciones a la niñez y a la juventud de nuestras
respectivas comunidades. Para ello se necesita participación, amor propio,
constancia y actitudes nobles y constructivas. Es muy importante tener espacios
dedicados al estudio, investigación y a la conservación de nuestro patrimonio.
Instituyamos estas casas. Y
así mostremos ser seres humanos sensatos, laboriosos, edificantes que conservan
su memoria, que es igual a decir que saben atesorar su alma.
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