Danilo
Sánchez Lihón
¿Qué es la
vida? Un frenesí.
¿Qué es la
vida? Una ilusión,
una sombra,
una ficción,
y el mayor
bien es pequeño:
que toda la
vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
Pedro Calderón de la Barca
1.
Se envuelve
aún
más
Ramón era un niño engreído,
consentido y perezoso. Tan, pero tan perezoso que era muy difícil despertarlo
por la mañana,
– ¡Ramón!
– Si–. Apenas contesta en
su duermevela.
– ¡Ya el sol está en la
mitad del cielo! –Le advertimos sus compañeros.
¡Pero, nada! Sigue
enrollado como un gato con su ovillo de lana, solo que esta vez sin jugar, sino
ambos quietos y tirados en el sofá.
–¡Ramón, levántate, por
favor!
– Ya.
¡En vano!, se envuelve aún
más con las frazadas y se arrebuja con la almohada para seguir durmiendo.
– ¡Ramón! ¡Ya todos estamos
por almorzar!
– Bueno. Sigan nomás.
2.
El viento
juguetea
¡Acaso no aprecias el don
de la existencia? ¿Vas a perder todo lo que acontece al pasar todas las horas
del día durmiendo?
– Ya.
– ¡Ramón! Es primavera. Todo
brilla y esplende a nuestro alrededor. ¡Las abejas revolotean en el jardín y
las aves trinan en el tejado!
Nada. Ramón sigue en la
somnolencia.
Desde lejos llegan los
sonidos de la vida, de alguien que corta leña en el bosque; de un perro que
ladra y el rumor del agua en una cascada.
El sol brilla espléndido y
su luz como su sombra y su reflejo en el muro produce mil iridiscencias.
Las flores abren sus
corolas en el huerto y exhalan su fragancia y el sentido de su existencia.
– ¡Ramón! –Le
cuestionamos–. ¡Siquiera contéstanos!
3.
Las musarañas
del
jardín
Un abejorro ronronea en los
magueyes. Las aves trinan en el tejado. El viento juguetea.
Nada.
Ramón no escucha nada.
Duerme plácidamente. Eso sí, su rostro al dormir es armonioso y hasta
angelical, como si nada de la fiesta del mundo se perdiera. Como si en su sueño
estuviera ocurriendo algo mejor de lo que ocurre entre nosotros.
Para despertarlo le rozamos
con una hoja por la nariz, por la cara, por el cuello. ¡Nada lo despierta!
Recién horas más tarde,
Ramón, a regañadientes, se pone la camisa, el pantalón y sale al patio a
desembarazarse un buen rato.
Abre la boca como queriendo
tragarse el mundo, retuerce sus brazos lentamente en el aire y luego se queda
largo tiempo mirando las musarañas del jardín.
4.
¡He allí
el
ardid!
Hoy día sus amigos nos
hemos propuesto un plan, a fin de curarle definitivamente del mal hábito de
dormir casi hasta el atardecer. A ver, ¿qué les parece?
Vamos a jugarle una broma
que según el criterio general y las esperanzas que albergamos sus compañeros, curará
a Ramón de por vida y para siempre de ser dormilón y perezoso.
Juramos que después de esto
Ramón se levantará sin duda de madrugada, incluso antes que nosotros. Será ¡un santo
remedio!
El propósito consiste en
pintarle de betún negro toda la cara, que él tiene sonrosada y hasta
blanquiñosa.
El problema es pintarlo
bien, hasta el último detalle. Pero, ¿cómo hacerlo sin que se despierte?
¡Claro! Para ello
utilizaremos brochas y pinceles suaves. Y que el betún esté casi disuelto o
derretido. ¡He allí el ardid!
5.
Correr
y
reír
Sin embargo, ya ejecutarlo
ha sido la cosa más fácil del mundo, pues Ramón, pese a ser las once de la mañana,
duerme que es un contento, a pierna suelta, a esta hora ya tan avanzada del
día.
Lo hemos pintado casi a la
perfección, no dejando sitio sin embetunar de negro; incluso pintándole la
parte superior de los dientes que aparecen por la boca entreabierta. Y si se
han salvado sus ojos, ha sido sólo porque esos sí los tiene bien cerrados.
La impaciencia de los
amigos es por ver los resultados contundentes e inmediatos que esta tan santa y
sabia medida ha de tener, que hace que sea muy difícil esperar.
Todos queremos despertarlo
no importa si samaqueándolo y echándonos a reír. Aunque de repente le estalla
la cólera y hay que correr. Pero nadie puede en el mundo correr y reír al mismo
tiempo.
Pero, no despierta. Ya estamos
que no resistimos la impaciencia.
6.
¡La curación
definitiva!
No entendemos cómo alguien
puede perderse la ocasión de asomarse por la ventana y contemplar los trigales,
y hasta acompañar por la calle el desfile de una procesión, llueva o no llueva.
Eso motiva que a las once y
quince de la mañana empecemos a hacer una bulla tremenda para que Ramón por fin
regrese a la superficie de los días y a esta vida que es maravillosa. Aunque aquí
está, por fin. Se ha levantado con la bulla estrepitosa que estamos haciendo.
Tambaleante Ramón se
despereza abre la boca como queriendo tragarse el mundo, retuerce sus brazos
lentamente en el aire y se queda buen rato mirando las musarañas del jardín.
Después pasa al baño y, al
mirarse en el espejo... ¡oh, suspenso de quienes lo hemos pintado!
¡Esperamos relámpagos y
truenos! Y con ello... ¡la curación definitiva!... ¡Pero, ni crean!
7.
¿Cómo despertarlo
ahora?
Ramón pone una expresión de
sorpresa, primero. Y luego de inmensa alegría. Y se dirige otra vez a la cama,
nuevamente para seguir durmiendo.
Antes de desaparecer entre
las sábanas se le oye decir:
– ¡Qué felicidad! ¡No era
yo!
– Ramón, ¿qué ocurre?
Alcanzamos a exclamar antes
que desaparezca otra vez en el ámbito de su adormilamiento.
– ¡Uy! Qué sueño más loco
que he tenido!
– ¿Cuál Ramón?
– ¡Que era otro!
Es lo último que le
alcanzamos a oír. Y sigue durmiendo. ¿Cómo despertarlo ahora?
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